La camarera que sujetaba el bolígrafo entre las tetas

Lo que voy a contar a continuación es tan real todo como que el que suscribe es un completo gilipollas. Así pues pueden ahorrarse sus adjetivos descalificativos hacia mi persona y sigan leyendo porque les aseguro que en todo esto soy un mero narrador de un hecho verídico y a este mensajero no habría que matarlo aun. Sucedió estas navidades en un viaje a Madrid (ya saben ustedes que soy de provincias) cuando paseando por el Paseo de Recoletos me topé con un bar temático del diario deportivo Marca denominado Marca Sports Café  Si queridos míos… en Madrid hay bares temáticos de periódicos deportivos, también bares temáticos sobre cine, sobre radio y bares temáticos sobre enanitos de jardín. Supongo que hay tanta gente en la capital que juntando unas cuantas filias podemos llenar cualquier tipo de bar del tema que sea. Deberían saber ustedes que el fútbol es algo que me apasiona tanto como una rata atropellada una noche de lluvia, pero mi curiosidad me obligó a entrar en tan peculiar lugar armado de la valentía de El Ultimo Superviviente y treinta euros en el bolsillo.. El interior estaba dividido en varias salas, alguna de ellas dedicadas a diferentes deportes tales que fútbol  rugby o baloncesto, también habían pantallas gigantes donde emitían todo tipo de deportes y una esquina donde varios adolescentes con granos jugaban a videojuegos mientras sus orondos padres practicaban el deporte de ingerir gigantescas cervezas sentados todos alrededor de una gran barra circular que presidia todo el local. Como mi madre siempre me dijo que allá donde fueres haz lo que vieres, así que tomé asiento junto a esos pobres progenitores y pedir una cerveza. Y entonces fue cuando me di cuenta de porque los hijos miraban las pantallas de televisión o jugaban mientras los padres tenían la vista fija en los entresijos del noble oficio de la restauración pues de entre todas las camareras destacaba una quien, además de una especial belleza que la hacía una fotocopia de Penelope Cruz reducida al 80% sostenía el bolígrafo con el que tomaba los pedidos entre sus turgentes pechos. Y juro que esto es totalmente cierto, pueden ustedes acudir al local para comprobarlo por si mismos. Pechos y bolígrafo, recuerden.

Puede que vivamos en el siglo XXI y la igualdad entre sexos sea el caballo de batalla de toda persona de bien, pero en el interior de aquel local, el encargado había decidido volver a la época de las taberneras castellanas en pro de que los abnegados padres allí reunidos pidiesen una cerveza tras otra porque, además de sostener el mecánico elemento de escritura entre sus glándulas mamarias, alguna mente preclara había colocado las neveras también alrededor de la barra obligando a las pobres camareras a doblarse hacia delante para escuchar el pedido de los clientes ofreciendo sus generosos escotes a quien quisiera verlos (que eran toda aquella panda de degenerados, incluido yo).

Entiéndanme ustedes, no es que yo sea el paradigma de la honra y el respeto, pero lo que había conseguido el dueño de aquel local era el nirvana para cualquier hombre que se preciase. A saber: tener a los hijos distraídos, poder ver partidos de fútbol en pantallas gigantes, beber cerveza y contemplar el maravilloso espectáculo de la camarera que sujetaba el bolígrafo entre las tetas.

Bienvenidos al siglo XIV en pleno centro de Madrid.