El próximo sábado -mañana- he quedado con “morena amiga de amigo”. A partir de ahora todas las mujeres a las que cite tendrán fantásticos seudónimos que me alejen de toda culpabilidad y que las aleje del reconocimiento -y la consiguiente vergüenza-. “Morena amiga de amigo” es una mujer razonablemente atractiva -cada vez menos-, considerablemente inteligente y moderadamente difícil. Como a mi me gustan, vaya. El problema es que nunca nos hemos acostado. La conozco desde hace unos quince años, ella estaba casada con otro -como siempre- y yo no estaba con nadie -como siempre-. Ahora que está separada es la típica mujer a la que me gusta lanzar el sedal y aunque siempre pica nunca me deja colocarla en el plato para hincar el diente. De una manera u otra siempre consigue volver al río escabulléndose de la manera mas hábil. A pesar de todo siempre resulta de lo más agradable salir a cenar con ella. Bebe aun mas que yo y consigo cierto placer en la batalla dialéctica que consiste en “tu me tiras los tejos, yo me dejo, tu me propones sexo, yo te doy con la puerta en las narices”. Ya os contaré como va pero algo me dice que será lo de siempre...
... si se lame las briznas del cabello que le caen -saltándole los mofletes que son dos lomas- en la cara, si lo hace dándote tiempo para hablar, mirándote entre los chupetazos a sus caprichosos ramilletes de fino bello capilar, al trasluz de esa copa de vino blanco que todo lo torna ocre... si así lo hace, ya nada teniendo final.
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