Hace poco murió uno de los
últimos payasos. No me refiero a esos payasos sin maquillar que gobiernan o
que conceden hipotecas. Me refiero a un payaso de verdad, uno de aquellos
cuya motivación era hacer reír a los que no tenían demasiado motivos para
hacerlo en una época donde la vida era en blanco y negro. Los auténticos héroes
son los que no demuestran serlo día a día. Hoy en día no se entiende la madurez de muchos sin conocer
una infancia llena de payasos tocando el saxofón, fingiendo que clavaban clavos
en una pared imaginaria o haciéndonos cantar a miles de niños que viajábamos en
el auto nuevo de papá y teníamos que agacharnos o saltar. Naniano, naniano. Emilio
Aragón Bermúdez, el gran Miliki, junto a sus hermanos Gabriel (Gaby) y Alfonso
(Fofó) hicieron de nosotros los niños más felices. Y no exagero. Los niños mas rematadamente felices del mundo. Escuchábamos
sus discos a todas horas, cantábamos sus canciones, esperábamos con desmedida
ansia que llegase la hora de ver “El gran circo de TVE”. Era
una época en la que no existía el vídeo ni los ordenadores. Una época donde
nosotros éramos el mando a distancia de nuestros padres.Todos nos sentábamos frente al televisor y veíamos “El gran circo de TVE”. La felicidad no tiene muchos mas nombres.
Con la desaparición de Emilio Aragón ha desaparecido también una parte de nosotros,
la mejor parte, esa parte infantil e ingenua que se revolcaba por el suelo de
risa después de ver por enésima vez la misma broma infantil e ingenua. Ahora
que el mundo está lleno de falsos payasos uno no puede dejar escapar una lágrima
por uno de los últimos auténticos payasos que quedaban en este país. Pero que
sea solo una lágrima breve. Miliki nunca nos perdonaría que su recuerdo nos hiciese
llorar. A reír.
Siempre me he esforzado en hacer reír a los demás. No aspiro a otra cosa en este mundo. Y eso me lo enseñaron
personas como Miliki y sus hermanos. La risa, créanme ustedes, es el valor más
preciado del mundo. Mucho más que un beso robado o millones de dólares. Sobre todo la inocente risa de un niño. Descansa en paz Miliki, en el cielo de los payasos, y no te preocupes, porque tus
niños de 30 años (que ya tenemos bastantes más) seguiremos intentando hacer reír
a los que quedan en este mundo.
Dedicado a mi exiliado amigo DeZaragoza y a
todos los que, siendo adultos, seguimos siendo esos niños.