Hace mucho que no escribía en
este blog, casi medio año. El motivo no es porque haya dejado de ser un
completo gilipollas, en realidad sigo siento tan completo y tan gilipollas como
siempre (incluso más). El motivo es otro, aunque carece de importancia porque
nada ha cambiado, en realidad. Podría contarles millones de aventuras que me
han sucedido en este medio año, pero casi todas serían una ficción que nada
tiene que ver con la ficción de este blog. Así pues, aquí me hallo de vuelta
para explicarles algo que me sucedió ayer mismo en un supermercado cerca de la infecta
cueva que es mi casa.
Había bajado yo a comprar
gazpacho marca blanca en tetrabrik (el caviar del verano para los pobres)
cuando, me topé de golpe con una muchacha que también estaba mirando las cremas
refrigeradas. Cuando digo “topé” fue literalmente porque ella abrió la puerta
de los refrigerados dándome tal golpe que me lanzó hacia detrás por el pasillo
de la fruta cual zombie recién golpeado en “The Walking Dead”. De vuelta me di
cuenta que ella era relativamente joven, con unos grandes ojos negros, el pelo
rubio y corto y una especie de vestido con animalitos estampados. Y unos
grandes pechos, claro. Si no de que me iba a enamorar… ¡Eh! ¡Quietas! ¡No es mi
culpa! ¡Soy hombre heterosexual, machista, antiguo, mentiroso y egoísta! O sea,
soy un hombre. Vale, aunque no hubiese sido tan atractiva y su pecho hubiese
sido una tabla de planchar, me habría enamorado igualmente. ¡Soy un hombre, les
recuerdo!
Tenía que hacer algo para llamar
su atención, lo más rápido posible…
-El mejor gazpacho es el que se hace en casa
-comencé intentado impostar mi voz más masculina y que al tiempo no viese ella
que me faltan la mitad de las piezas dentales- en mi casa, concretamente…
La mujer me miró y dibujo una
media sonrisa en su casa, aunque más que un gesto de cordialidad pareció que
acababa de meter la lengua en el tubo de escape de un autobús de la línea 41.
No me preocupó, todas las mujeres reaccionan así frente a mí. Es más, cuando
son realmente simpáticas salgo corriendo porque ya no soy capaz de reconocer la
amabilidad femenina.
Ella hizo caso omiso de mi
veraniego consejo, cogió rápidamente un tetrabrik de gazpacho, lo metió en su
carrito y salió corriendo de allí, tan deprisa que una gran sandia salió
disparada de su carro en dirección a mis pies. Yo recuperé hábilmente la
redonda fruta cual quaterback titular de los 49rs de San Francisco (aunque me
gané reencontrarme con mis queridas dos hernias discales) y salí corriendo tras
ella con la sandía en alto. Al llega a su lado la mujer había sacado un spray
antivioladores y lo apuntaba amenazadoramente en dirección a mis ojos.
Le mostré la sandía, entonces
ella miró su carro y lo entendió todo. Hubiese preferido que entendiese que lo único
que pretendía era yacer con ella en todas las posiciones imaginables.
De hecho, creo que lo entendió
porque simplemente cogió la sandía, dijo un breve “gracias” y siguió su camino
huyendo de mis miles de encantos entre los que se incluían unas cangrejeras de plástico
y una riñonera de polipiel.
Pero no iba yo a permitírselo. Despedirte
de alguien que te atrae sin darle un beso en la boca es como beber Cacaolat
bajo en calorías o la leche sin lactosa: una insustancial pérdida de tiempo. De
acuerdo, yo siempre intento despedirme de todas con un buen beso en la boca,
pero es que a mí me gustan todas. Siempre consigo también o una espléndida
cobra que deja mis morritos colgados del aire o consigo una magnifica bofetada
a mano abierta que hace que mi cabeza gire como la de la niña de “El Exorcista”.
Así pues, puse mis labios en
pompa y los acerqué a los suyos. En ese preciso instante, ella interpuso otra
redonda y gigantesca fruta de su carro, con increíble habilidad entre nuestros
labios, finalizando yo mi acción con un espléndido beso (quizás el mejor que he
dado nunca) a la rugosa piel de un melón piel de sapo.
Han de saber ustedes, como
culminación de esta nueva tragedia sentimental, que me encanta la sandía pero
que soy alérgico a la piel del melón. ¿Aunque que podía saber mi amada? Nunca reprochéis
la ignorancia ajena, sobre todo si viene acompañada de unos pechos tan magníficos
como eran aquellos. Incluso aunque no sean magnificos.
Ahora mismo estoy escribiendo
estas líneas con los labios tan hinchados como los huevazos de Rita Barberá.
Eso
que me ahorro en botox… ¡feliz verano!