En mis innumerables viajes por el
mundo (reflejados en la sección "Crónicas de Viaje") he descubierto que lo que debemos hacer es aprender siempre de aquellos
que son diferentes a nosotros. También he aprendido que nunca hay que comprar
comida en la calle y llevar un rollo de papel higiénico en la mochila. En
realidad he descubierto muchas otras cosas pero casi todas son lugares donde no
has de dormir y mujeres con las que tampoco has de dormir.
Viajar no solamente te ayuda a
entender mejor a los demás sino que te ayuda a entender mejor a quienes te
rodean, en tu barrio o en tu comunidad de vecinos. En mi último viaje aprendí
mucho más de lo que necesitaba aprender, pero bien es sabido que cuando metemos
un par de bragas o calzoncillos en una mochila, no siempre podemos asegurar que
el tiro acertará en plena diana.
Mi último destino fue Alemania.
¿El motivo? Varios motivos en realidad. El primero, el de siempre: conocer
mujeres que no hayan oído hablar de mí. La reputación es el peor aliado de los
que siempre hacemos las cosas mal. El segundo motivo era la cerveza, viajar a
un lugar donde las jarras de cerveza son el doble de grandes del lugar de donde
provienes augura noches de satisfacción y mañanas de resaca. ¿Pero que es sino
las vacaciones para divertirse? El tercer motivo era mucho menos trivial:
entregarle una carta a la señora Merkel, una carta de amor para captar su atención.
¿Acaso no dicen que es la mujer más poderosa del mundo? De acuerdo, no es mi
tipo, de hecho creo que no es el tipo de nadie, pero imaginen compartir el
lecho de la mujer más poderosa del mundo… Mujeres, cerveza y la mujer más
poderosa del mundo. ¿Se puede pedir un plan mejor?
Lo primero que hice fue documentarme
sobre la nación alemana. Lo segundo fue alquilar varias películas de la segunda
guerra mundial y verlas mientras bebía cerveza alemana comprada en el Mercadona.
Después busqué vídeos porno alemanes en internet y descubrí, para mi asombro, que
la nación alemana era grande en todo, desde reconstruir un país después de una guerra
a mearse los unos en la boca de las otras, meter el puño en orificios que no
deben y depilarse una vez cada diez años. Por fin acababa de descubrir lo que
es significaba “porno duro”.
Para entrenarme en vista s a mi
viaje, decidí ir a una librería que hay cerca de mi casa y que regentan unos
amables muchachos que visten de cuero, llevan la cabeza rapada y lucen
insignias que yo había visto antes en las películas de guerra. Para redondear
mi integración con el pueblo alemán me pinté un bigotito igual que el que lucía
Chaplin en “El gran dictador”.
-¡Heil Hitler! –dije entrando en la librería y
dando un taconazo en el suelo al tiempo que levantaba mi brazo derecho con la
palma extendida.
Primer error: Si quieren ustedes
documentarse sobre un país nunca lo hagan con los VHS que hay en una caja en el
altillo de casa de tus padres.
Segundo error: Si quieren
confraternizar con gente de otros países, asegúrense de apuntar bien la
dirección en un papel. No es lo mismo “Librería Tercer Reich, especialista en historia
alemana” que “Librería Heissenman: centro judío de estudios sobre el holocausto”.
¿Como acabó todo? Corriendo por la Gran Vía y perseguido por media docena de nonagenarios supervivientes del holocausto a los que la edad no les restó potencia en las pantorrillas. Gracias a Dios (y a yo soy 50 años mas joven) conseguí escapar y por fin escribo esto desde frankfurt, o mejor dicho, desde el frankfurt
que hay a doscientos metros de mi piso, deglutiendo con ansia canina una hamburguesa con cebolla,
queso, pepinillos, panceta, huevo frito, dos lonchas de jamón y tres infartos asegurados.
Para que luego digan que viajar no es peligroso.