¡Que bonita es la montaña! Todo el mundo dice que le encanta alejarse de la ciudad y salir a pasear al campo. ¿Saben que? Y una mierda (con perdón). Cualquier gilipollas que se precie prefiere el asfalto a los árboles, prefiere las mujeres a los pájaros. Es pura lógica darwiniana. Estoy convencido que la mayoría de ustedes necesitan salir al campo a respirar aire puro y oír como los pajaritos reclaman a las pajaritas o las ranas entornan esos ojazos tomando el sol en una apacible charca llena de mosquitos. Yo no. Si me alejo mas de 100 metros de un centro comercial me falta la respiración. ¿Cuantas mujeres hay por metro cuadrado en una ciudad y cuantas en una montaña? Pues eso... No sean ustedes los gilipollas.
Pero también sucede -a diario, además- que nuestras mas férreas convicciones fueron fabricadas para después ser traicionadas. Sobretodo si es para conseguir placer.
La conocí hace unas semanas en un bar del barrio, ella había entrado a comprar tabaco y yo, habiendo ingerido mas de media docena de cervezas, me dirigí tambaleándome hacia ella diciendo algo así como que me parecía la mujer mas hermosa del universo. O puede que le dijese que acaba de ver una bandada de gansos salvajes interpretando un pasodoble. En realidad en aquel momento y tirado en el suelo no creo que ni pudiese adivinar que ella era mujer. Pero a la mañana siguiente me desperté con un numero de teléfono apuntado en la palma de mi mano. La llamé y quedamos en otro bar. Debí darme cuenta de que algo no funcionaba porque una mujer que se precie nunca da su numero de teléfono a un borracho y aun menos le da una segunda oportunidad. Me presenté a la hora señalada con mi imponente tridente... algún beneficio tenía que sacar de los 10 euros que me había gastado en la tienda de los chinos, soy catalán con ascendencia escocesa y antepasados judíos. ¡Que diablos! Ella miró el tridente, luego sonrió.
-¿De donde has sacado eso?
-Es de nacimiento, es grande ¿verdad? -alardee pensando que se refería a mi "otro" tridente.
Estuvimos hablando durante media hora en la que utilicé la mejor táctica que conozco para seducir a una mujer. Contestar a todo "a mi también", "yo también" o "por supuesto que si". Para mi desgracia dos de sus preguntas habían sido "¿te gusta la montaña?" y "¿vamos este fin de semana a pasear?".
Quedamos el sábado a las seis de la mañana. ¿Quien diablos queda un sábado a las seis de la mañana para hacer nada? Ah si, esos aburridos se acuestan a las nueve de la noche después de tomar una infusión de manzanilla y al día siguiente madrugan para tomarse un te de ruibarbo y salir corriendo a subir una montaña que lleva ahí cientos de siglos. Y siempre lo hacen los días que Dios nos dio para descansar. Y luego me llaman gilipollas a mi.
Pero lo hice, madrugué, me presenté en su casa y cogimos un tren para ir a no se que remoto pueblo para después subir no se que remota montaña. Y todo eso antes de que saliese el Sol. He hecho cosas peores por seguir a un culo así que con mi mejor ánimo comenzamos a caminar por un bosque que rodeaba una pequeña montaña. Ella iba vestida con botas, unos pantalones de pana y una especie de jersey ancho. ¿Que manera era esa de vestirse para salir al campo? Aficionada. Yo iba con la indumentaria oficial de montaña que consiste en sandalias de goma, calcetines de tenis, pantalones cortos con muchos bolsillos y camiseta de tirantes encima de una camisa de manga corta de tergal. Todo ello aderezado con un pañuelo atado a la cabeza con cuatro nudos a modo de gorra y un trozo de largo metal que había encontrado en un container de basura a modo de bastón.
A los diez minutos de comenzar a caminar ya había perdido yo la respiración y me encontraba resollando al borde del camino. El aire frío me agujereaba los pulmones como miles de agujas al rojo vivo. Maldito aire puro.
-¿Te encuentras bien? -preguntó ella con expresión de fastidio.
-Tran... tran... tranquila. Ahora... voy... tu sigue... vete caminan... caminando... ahora te... al... alcanzo.
Ella se encogió de hombros y continuó su camino mientras yo vomitaba la totalidad del escaso desayuno que habíamos ingerido de camino. Después volví al camino, tropecé con una piedra, caí al suelo encima de un montón de mierda de oveja, me levanté con dificultad, busqué un riachuelo donde limpiarme, lo encontré, resbalé, caí al riachuelo y así una cadena de desgracias una tras otra. Cuatro horas mas tarde me encontraba en el mismo lugar del camino dolorido, sucio, con la ropa rota, con la oreja mordida por un gato salvaje, una erupción en los brazos y piernas por unas ortigas, descalzo y con tanta hambre que me hubiese comido crudo al gato salvaje de haberlo cogido a tiempo.
Al fondo vislumbré las figuras de dos personas que venían por el camino hacía mi. Era mi enamorada colgada del brazo de un fornido excursionista.
-¿Que te ha pasado? -preguntó ella- Pensaba que venias detrás mio.
-Tuve un pequeño problema, nada importante. ¿Quien es ese tipo?
-Mauricio -contestó el gigante verde tendiéndome la mano que por supuesto no estreché.
-¿Ya me has sustituido el primer día zorra estúpida? -pregunté cerrando mi puño a modo de amenaza.
Mauricio, el gigante verde, también cerró su puño pero en su caso la amenaza se convirtió en una dolorosa realidad.
Llegué a casa cinco horas mas tarde descalzo, oliendo a mierda, sin un trozo de oreja y con un ojo amoratado.
Para que luego digan que el campo es sano. ¡P*#%A MONTAÑA!
A los diez minutos de comenzar a caminar ya había perdido yo la respiración y me encontraba resollando al borde del camino. El aire frío me agujereaba los pulmones como miles de agujas al rojo vivo. Maldito aire puro.
-¿Te encuentras bien? -preguntó ella con expresión de fastidio.
-Tran... tran... tranquila. Ahora... voy... tu sigue... vete caminan... caminando... ahora te... al... alcanzo.
Ella se encogió de hombros y continuó su camino mientras yo vomitaba la totalidad del escaso desayuno que habíamos ingerido de camino. Después volví al camino, tropecé con una piedra, caí al suelo encima de un montón de mierda de oveja, me levanté con dificultad, busqué un riachuelo donde limpiarme, lo encontré, resbalé, caí al riachuelo y así una cadena de desgracias una tras otra. Cuatro horas mas tarde me encontraba en el mismo lugar del camino dolorido, sucio, con la ropa rota, con la oreja mordida por un gato salvaje, una erupción en los brazos y piernas por unas ortigas, descalzo y con tanta hambre que me hubiese comido crudo al gato salvaje de haberlo cogido a tiempo.
Al fondo vislumbré las figuras de dos personas que venían por el camino hacía mi. Era mi enamorada colgada del brazo de un fornido excursionista.
-¿Que te ha pasado? -preguntó ella- Pensaba que venias detrás mio.
-Tuve un pequeño problema, nada importante. ¿Quien es ese tipo?
-Mauricio -contestó el gigante verde tendiéndome la mano que por supuesto no estreché.
-¿Ya me has sustituido el primer día zorra estúpida? -pregunté cerrando mi puño a modo de amenaza.
Mauricio, el gigante verde, también cerró su puño pero en su caso la amenaza se convirtió en una dolorosa realidad.
Llegué a casa cinco horas mas tarde descalzo, oliendo a mierda, sin un trozo de oreja y con un ojo amoratado.
Para que luego digan que el campo es sano. ¡P*#%A MONTAÑA!