Groucho dijo que el principal motivo de divorcio es el matrimonio. Yo iría un poco mas allá. El primer motivo de la infidelidad es el matrimonio. Porque, reconozcámoslo, todos somos unos cerdos de feria en la cama y sucede que a tu esposa no puedes hacerle según que cosas (obscenidades mayormente) precisamente porque es alguien de la familia. Obligado te ves a buscar una desconocida a quien insultar, azotar y poner mirando a Murcia (o ser insultado y azotado y puesto mirando a cualquier otra capital de provincia). La infidelidad no es mas que la necesidad de seguir aparentando. Si nos asegurasen que el azúcar no engorda estaríamos todo el día comiendo pasteles, grandes pasteles de nata y chocolate con una hermosa guinda en lo alto. De la misma manera, si nos asegurasen que cometer infidelidad es valioso como el billetero de un banquero... entonces estaríamos todo el día siendo infieles a diestro y siniestro como el torero de moda que reparte capotes en la feria de San Isidro. Pero como resulta que la infidelidad está mal vista entonces debemos dosificarla como el pastel de chocolate y nata, incluso como si fuésemos diabéticos. ¿Quien quiere casarse cuando puede estar permanentemente casado con todas las mujeres con las que uno se cruza? El matrimonio es la principal causa de la infidelidad, me reafirmo.
Aunque no es mi caso porque para ser infiel primer debes tener la posibilidad de ser fiel y ni de esa primera y maravillosa prebenda dispongo yo. Aunque he de reconocer que en una ocasión estuve a punto de saborear las mieles de la infidelidad pasiva. O lo que es lo mismo: acostarse con alguien casado. Se preguntaran como conseguí eso pues acostarme con una mujer es -para alguien como yo- una gesta parecida a que Belén Esteban consiguiese sacarse un titulo universitario. Incluso "casi" acostarme.
La conocí donde conozco a todas las mujeres, en un bar. He intentado conocer a mujeres en hospitales, bibliotecas o colegios pero solo he conseguido órdenes de alejamiento, y sondas en el pene. Debe ser cosa de mala suerte o que las mujeres en los bares están medio borrachas y sus escrúpulos decrecen a medida que aumenta la cogorza. No me malinterpreten, nunca me aprovecharía de una mujer beoda: cuando ellas están medio borrachas yo ya estoy completamente borracho. Pero es un hecho probado que las mujeres y yo funcionamos así, mediando generosas cantidades de alcohol.
Ella se llamaba... esperen, que está casada... debería ser discreto... se llamaba X. La mujer X era, como decirlo de manera respetuosa... era grande. Casi tan grande como yo. Y hablo de tamaño, exclusivamente. De habernos acostado seguramente lo habríamos hecho en una cama de mármol. Por fin había encontrado una mujer a mi altura, aunque quizás debería hablar de anchura. Era rubia, con el pelo ensortijado y ojos verdes y al verla entrar en el bar tuve la maravillosa sensación que todo temblaba a mi alrededor como Joan Manel Serrat cantando encima de una lavadora con el programa de centrifugado. Vale, lo reconozco, es un símil demasiado complejo pero sepan ustedes que el amor no es fácil. Nada fácil: ella estaba casada. ¿Casada? ¿Cual era el problema?
-Mi marido podría descubrirnos.
-Entonces no fornicaremos delante de tu marido.
-Me refiero a que es policía, lo intuye todo, lo sabe todo.
-¿Está armado?
-Tiene una arma grande, muy grande.
-Me refería a una pistola...
-Yo también.
-Entonces me temo que no puedo competir, mi arma no es tan grande. De hecho no tengo ni arma.
-¿Estás operado? -preguntó ella.
-Volvía a referirme a la pistola. Yo no tengo.
-¿Que hacemos entonces? -dijo ella escondiendo mis manos entre sus manos aun mas recias.
Dicen que el amor lo puede todo pero resulta que lo que había entre aquella mujer y yo no era amor del que nace en el corazón sino en otro órgano un poco más a la calidez del sur corpóreo. ¿Que podíamos hacer? Yo nunca digo que no a una mujer a no ser que vea peligrar mi vida y ahora mismo no veía a nadie apuntándome con su arma.
Me refiero a la pistola, dejen ya de pensar en policías con penes en las manos, mentes enfermas.
Fuimos a los servicios a intercambiar fluidos de amor pero pronto descubrimos que allí dentro no cabían dos ejemplares de seres humanos de nuestro tamaño así que decidimos mover rápidamente nuestros orondos cuerpos cual estampida de elefantes en dirección a una pensión cercana. Justo cuando nos disponíamos a entrar en la recepción noté que algo duro intentaba abrirse paso entre mis nalgas y a través de los pantalones. Giré mi cabeza y vi a un hombre gordo, calvo, sudoroso, con unas gafas de sol y una pistola entre mis nalgas.
No hacía falta ser un genio para adivinar que aquel émulo de Torrente era el marido cornudo de policial profesión y como odio que ningún hombre (policía o no) intente introducir cualquier tipo de arma entre mis nalgas, solté la mano de la infiel esposa y salí corriendo de allí como alma que lleva el diablo. Mi mejor marca personal la conseguí aquel día: dos kilómetros en tres horas y media. Puede que piensen que es una velocidad realmente baja pero sepan ustedes que salvé la vida y conseguí que en mi retaguardia continúe existiendo un solo agujero.
Y recuerden amigos, nunca intenten acostarse con nadie cuya pareja tenga un arma mas grande que la suya. Y ahora si que pueden confundir penes con pistolas, la moraleja es válida en cualquier caso.