De pequeño quería ser policía.
También quise ser bombero, astronauta, actor porno y primera bailarina del
Tropicana, aunque supongo que lo que más fuerza imprimía en mi voluntad eran esas
imágenes de los policías de las viejas series de televisión como Starsky y Hutch,
Cannon, Baretta, Colombo, Crockett y Tubbs e incluso la mujer policía. Dispuesto a combatir el crimen, incluso contemplé la idea de
travestirme. Nada de vicio, mas bien antivicio. La verdad es que años después tuve que travestirme por vicio, pero no creo que sea buena idea hablar de eso ahora, además, yo era joven y necesitaba dinero. Sucedió
la semana pasada en un descampado en las afueras, pero olvidémoslo. Vamos a retomar el hilo: de pequeño
quería ser policía. Nunca lo conseguí porque para eso se requieren de unas
cualidades que solo tienen los policías, los delincuentes, los actores que
fingen ser delincuente, los actores que fingen ser policías y un concejal corrupto. A lo que vamos: no tengo estudios, soy gordo, mi puntería en la mili fué de cero sobre cien y me huelen varias partes del cuerpo (con lo que los
criminales me descubrirían a distancia). Pero siempre quise ser policia y eso no va a cambiar. Cuando
pretendo algo lo consigo. Bueno, nunca lo consigo, pero lo pretendo con tanta
fuerza que el aire escapa involuntariamente de mi cuerpo por donde no debe.
Flatulencias nerviosas aparte, mi eterno plan de ser policía dio un giro cuando
la semana pasada me robaron las cangrejeras en la playa y tuve que ir a poner la correspondiente denuncia. Para mi sorpresa, el agente encargado de cumplimentar el formulario
era una hermosa mujer con un físico cercano a un levantador de piedras y una
mandíbula propia de villano de Marvel. Pero seguía siendo una mujer, y, además, una mujer que me preguntaba por mi
dirección y mi número de teléfono. Y eso significa algo más, aparte de ser obligatorio para poner la denuncia. Lo adiviné en el brillo en los ojos de
ella. Quiero creerlo, porque si yo no creo en el amor. ¿Quién va a creer?
-¿Qué hace usted a acabar su
turno? -pregunté con mi mejor sonrisa y los pies descalzos.
-Iré a tomar unas cervezas con
alguna gente de la comisaria.
-¿Solo toma cervezas con
policías?
-Emmm… claro -contestó ella
encogiéndose de hombros.
Y fue en ese momento que supe que
aquella recia hembra sería mía solo con convertirme en el mejor policía posible.
Se que puede parecer un plan desesperado, pero hacía mucho que nadie me pedía
mi dirección y mi número de teléfono.
Estuve dos días haciendo pesas,
flexiones, corriendo por el parque y cuidando la dieta. Luego estuve tres días
vomitando, atacado con calambres por todo el cuerpo y comiendo hamburguesas. Al sexto día,
me compré un disfraz de policía y volví a la comisaría a preguntar por el caso
de las cangrejeras desaparecidas con la esperanza de reencontrarme con mi Diosa.
Por desgracia, algunas partes de mi perfecto plan no era tan perfecto. En primer lugar, porque
había engordado tres kilos y no precisamente de masa muscular, el disfraz de policía
me quedaba pequeño y, lo peor de todo, no me había dado cuenta de que en la
bolsa ponía “disfraz de policía sexy”. Supongo que debería haberme dado cuenta
que aquel no era el uniforme reglamentario al ver los pantalones cortos
ceñidos, la camisa abierta, la gorra de látex, las gafas de sol de Village
People, una pistola de plástico llena de preservativos, una placa de
identificación que decía “sexy police” y una tarjeta con la siguiente frase
impresa: “esta arrestada y tienes derecho a tocarme los pectorales”. La imagen
que me devolvió el espejo fue tan patética como todos esos complementos
ajustados malamente a mi orondo cuerpo.
Pero en esos momentos mi cerebro
interpretó tal desaguisado como la imagen de un apuesto policía. Eso y que me había tomado veinte cervezas para armarme de valor.
No llegué hablar con mi adorada
agente de policia porque en la entrada me retuvieron, me obligaron a vestirme
con ropa usada que guardaban, me metieron en una celda hasta que se me pasase
la borrachera, se confundieron con mi identidad, me enviaron a una prisión del
extrarradio y me convertí en el líder de una banda carcelaria de policías
strippers.
Y lo peor de todo: nunca recuperé
mis cangrejeras.