Esta historia comienza cuando, por cuestiones laborales, me vi obligado el verano pasado a mudarme a la bonita población de Cáceres. La Universidad de Extremadura necesitaba mi ayuda. No se equivoquen, no era mi contenido lo que necesitaban sino mas bien mi voluminoso continente. Es decir, necesitaban voluntarios para un proyecto científico cuyo propósito una cláusula de confidencialidad me impide revelar lo cual significa que estoy obligado a callar que era el objeto del experimento llamado "Obesidad versus gravedad versus flexibilidad" del departamento de ciencias. Cuando me lo propusieron imaginé tres meses rodeado de jovencitas en bata (blanca, no de boatiné) y mucho dinero. ¿Quién podía negarse a eso? Me pagaban el viaje y un pequeño apartamento. Mucho dinero, poco trabajo. Hay que ser muy gilipollas para negarse a eso.
Sucedía en verano del año pasado, aún recuerdo como el 1 de Junio me planté en el que sería mi nuevo apartamento por los siguientes tres meses. Un diminuto cuchitril con una habitación, una cama, un lavabo, un sofá y una nevera. Bueno, pensándolo bien tampoco era tan raro ¿Quién quiere dos sofás o dos neveras en su casa? Me asomé a la ventana para admirar el fantástico paisaje de una pared de cemento sembrada de ventanas, en una de ellas, un piso por debajo del mío estaba asomada una encantadora joven de grandiosos ojos, labios sobresalientes, pelo lacio recogido en una coleta y una deliciosa naricilla de ratón. Una atractiva joven, pequeña de tamaño que no de armonía estética, pero lo que más me impresionó de su rostro era el escote que insinuaba en su camiseta. De repente ella levantó la vista y yo me precipité instintivamente hacia el suelo con las manos en la espalda y repitiendo “no la he tocado señor agente, lo juro”. Un acto reflejo, nada más. Cuando volví a echar un vistazo, había desaparecido.
Sucedía en verano del año pasado, aún recuerdo como el 1 de Junio me planté en el que sería mi nuevo apartamento por los siguientes tres meses. Un diminuto cuchitril con una habitación, una cama, un lavabo, un sofá y una nevera. Bueno, pensándolo bien tampoco era tan raro ¿Quién quiere dos sofás o dos neveras en su casa? Me asomé a la ventana para admirar el fantástico paisaje de una pared de cemento sembrada de ventanas, en una de ellas, un piso por debajo del mío estaba asomada una encantadora joven de grandiosos ojos, labios sobresalientes, pelo lacio recogido en una coleta y una deliciosa naricilla de ratón. Una atractiva joven, pequeña de tamaño que no de armonía estética, pero lo que más me impresionó de su rostro era el escote que insinuaba en su camiseta. De repente ella levantó la vista y yo me precipité instintivamente hacia el suelo con las manos en la espalda y repitiendo “no la he tocado señor agente, lo juro”. Un acto reflejo, nada más. Cuando volví a echar un vistazo, había desaparecido.
Esa misma tarde fui a la universidad donde me explicaron la naturaleza del experimento a la que apenas presté atención pues mi mente permanecía ocupada en el escote que había visto esa misma tarde. Creo que debería haber prestado más atención atendiendo a todo lo desagradable que sucedió después en el laboratorio de ciencias. Pero esa es otra historia.
Por la noche volví al apartamento, el calor era asfixiante así que abrí la ventana e instintivamente se deslizó a toda velocidad hasta la ventana de ella. Había luz y lo que vi solo puede clasificarse de milagro omnipotente. Allí estaba, sentada en una silla junto a la ventana, tecleando en un ordenador, vestida tan solo con unas pequeñas braguitas azules con un lazo rosa. Nada más. Sus pechos, cuál dos rodajas de melocotones en almíbar coronados por dos fresones, eran una invitación a alimentarse única y exclusivamente de esa fruta nada madura. Su estómago, liso pero no tanto y coronado por la redondez de un ombligo circularmente pluscuamperfecto, era otra invitación a comer lomo de 1a especial hasta extinguir cualquier animal cuyos lomos comestibles fueran. Sus piernas, delgadas y del color del amanecer, su pelo precipitado alrededor de aquel magnifico rostro. Debía inmortalizar aquel momento así que fui corriendo a por mi cámara fotográfica nueva pero como aún no había leído las instrucciones tuve que conformarme con coger un bloc de notas y hacer el dibujo que acompaña este post como testimonio del significado de la palabra “hambre”.
Después de estar una hora y media con medio cuerpo fuera de la ventana dibujándola, ella movió la cabeza y me miró.
-¿Te gusta lo que ves? –preguntó a viva voz.
Yo volví a tirarme instintivamente al suelo con las manos en la espalda y repitiendo “no la he tocado señor agente, lo juro”. ¿Qué quieren que les diga? Cada uno tiene sus tics. Cuando volví a la ventana ella había desaparecido. Dos minutos más tarde alguien daba golpes a mi puerta, abrí y me la encontré dentro de una camiseta y unos pantalones cortos.
-Hola –dijo ella.
-Soy gilipollas –dije yo.
-No te preocupes, no pasa nada por haber echado un vistazo. Todo el mundo me mira pero sucede que hace demasiada calor para tener vergüenza.
-No, no. Me refiero a que me apellido “Gilipollas”.
-¿Tienes nombre?
-Fernando.
-Yo me llamo Lorna.
-Lorna, luz de mi vida –comencé hincando la rodilla en tierra- fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lor-na: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lor-na.
-Qué bonito, pero en Lorna no hay una tercera sílaba. Solo dos. Y eso es de “Lolita”.
De improviso ella me arrancó el papel que sostenía en la mano derecha. Su retrato. Después me lo devolvió y desapareció.
¿Entienden ustedes a las mujeres? ¿Acaso alguien entiende a las mujeres? Yo no. Nunca más volví a verla. Durante tres meses estuve asomado a la ventana mientras descansaba de las maratonianas –y dolorosas- sesiones en la universidad. Durante tres meses estuve aporreando su puerta y esperando que ella aporreara la mía. La puerta me refiero. Nunca se repitió el milagro. Veía luz en su ventana, bajo su puerta. Pero ella nunca volvió a mí, tampoco me permitió que yo fuese a ella. ¿Qué diablos había sucedido? ¿Qué hice mal si apenas había hecho nada? Necesito saberlo.
Pienso en bisontes y ángeles, en el secreto de los pigmentos perdurables, en los sonetos proféticos, en el refugio del arte. Y esta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir, Lolita.
Digo... Lorna.
Digo... Lorna.