Esta historia comienza cuando, no hace demasiado,
me topé con una dama en un autobús. Ya saben ustedes que todas las hembras me
huyen (y cuando no huyen, mi desafortunado embrujo las obliga a huir), no
obstante esta permaneció a mi lado en el autobús. Me gustaría creer que llamé
su atención, la realidad fue que el autobús estaba abarrotado de gente y no
había ningún otro espacio libre. Era una mujer de mediana edad, rondando los
cuarenta, extrañamente atractiva, de rostro firme y poderoso, pelo castaño
ondulado y un cuerpo por el que, durante siglos, los hombres heterosexuales han
conquistado imperios y se han alisado el pelo. Un cuerpo con unas curvas que no
hubiese podido defender ni el mismísimo Fernando Alonso. Una MUJER, así, en mayúsculas.
Lo cual representaba un problema porque a mí me cuesta hablar con mujeres
hermosas (no porque me cueste hablar sino porque son mujeres y además son
hermosas).
-Hola, me llamo Fernando -dije tímidamente.
-Hola
-¿Tu tienes nombre?
-Pues resulta que si... y si dejas de mirarme el
escote puede que hasta te lo diga.
Por unos momentos valoré si era más
trascendental seguir mirándole el escote o saber su nombre aunque finalmente la
lógica se impuso e imaginé que si ella me decía su nombre, eso significaba un
primer paso para volver a mirarle el escote en sucesivos fascículos semanales.
-Me llamo Laura.
-¿De dónde vienes Laura? ¿O a dónde vas?
-Vengo del trabajo y voy a casa.
-Yo vengo de casa y voy a dar una vuelta en
autobús.
-¿Das vueltas en un autobús abarrotado de
gente?
Estuve a punto de confesar la verdad que no es
otra que el hecho de gastar mis tardes en autobuses atiborrados de humanidad
para conseguir el oscuro milagro de rozar mi piel con las pieles de sexo
contrario. Pero no lo confesé. La gente no suele mirar con buenos ojos a los
que nos restregamos contra otros en las multitudes. Contra otras, mejor dicho.
-Me gusta pasear en autobús, me gusta ver la
ciudad. Me gusta, simplemente.
-Está bien.
Aquel "está bien" había sonado al
"déjame en paz, gordo sudoroso de los cojones" de siempre. No
obstante, la historia escrita dice que no se ha ganado una batalla sin arrojo
así que me esforcé un poco e intenté apartar mi vista de aquel escote que
habría hecho las delicias de los aficionados al alpinismo, para devolver mi
mirada a sus ojos (que tampoco era un mal par de partes de su cuerpo).
El siguiente paso consistía en sacar un tema
sobre el que pudiésemos hablar. En un primer momento barajé la posibilidad de
sacar mi miembro viril pero el tamaño del mismo no da para una gran
conversación. Así pues saqué un tema que hace tiempo me ronda por la cabeza
junto a restos de loción capilar caducada y media docena de moscas. Un tema que
atenaza la experiencia vital de cualquier ser humano que se precie de
reflexionar algo más que las rodillas en una clase de aerobic.
-¿Crees que la gente cambia, Laura? -pregunté.
-¿A qué te refieres?
Como concepto, Dios nuestro señor creó el ser
humano para que su organismo cambiase la casaca mientras su alma continuaba
impertérrita, ajena al discurrir de los años. Dicen unos que quien es un
grandioso hijo de la gran puta lo será siempre. En cambio otros dicen que la
gente evoluciona, madura, aprende de sus errores y moldea su alma para poder
soñar por las noches sin que las pesadillas les visiten. Yo opino que en muchas
cosas podemos cambiar, excepto en lo esencial. Si somos rubios, por mucho que
nos tiñamos el pelo, seguiremos siendo rubios. Podemos cambiar pero la esencia
sigue ahí. Por definición un político es un ser mentiroso y corrupto pero en
tiempos de elecciones cambia para parecer amable y generoso. Ahí radica el
secreto, cambiamos (o hacemos ver que cambiamos) para seducir a los otros pero
en esencia seguimos siendo hijos de puta, mentirosos, corruptos... y rubios. ¿A
qué viene todo esto? Bueno, siempre que veo una mujer hermosa imagino si sería
capaz de cambiar para parecer mejor persona y seducirla. Y siempre llego a la
misma conclusión: haría cualquier cosa por follar.
-Esta mañana, al salir de casa -comencé-
estaba pensando si la gente cambia o no con el paso de los años.
-La gente no cambia.
-¿Así de rotunda? -dije intentando no
devolver la vista a esa otra rotundidad que eran sus carnes.
-Claro. El que es idiota lo será siempre.
-Pero puede aprender.
-Puede ser más culto pero seguirá siendo un
idiota.
-Yo soy gordo y puedo cambiar, podría ser
flaco.
-Eso es algo físico. Cuando hablamos de
cambiar es algo mas intimo, algo que forma parte de nosotros.
¿De qué diablos estaba hablando aquella mujer?
¿Cambiar algo íntimo? ¿Hablaba de compresas o tampones? A veces me cuesta
entender a las mujeres porque habitan un universo que me es del todo
desconocido. Pero hay que reconocer que algunas mujeres tampoco lo ponen fácil
con sus complejos discursos. A los perros y a las cosas hay que llamarlas por
su nombre.
-Yo he hecho cosas terribles –comencé- He
engañado, he robado, he mentido o he manipulado… todo por conseguir placer de
cualquier tipo. Pero he cambiado. Ahora soy mejor persona. Tuve un accidente con mi burro José. Me
caí de él y me rompí un brazo en pedazos. Al salir del hospital descubrí que
era mejor persona.
-¿Tienes un burro?
-¿Tu no?
-Conozco a muchos pero nunca he tenido a
uno... pero escucha una cosa, tu no has cambiado. Te has adaptado y has asumido
que todo eso no sirve de nada porque te hace peor persona.
-No me importa ser peor persona si puedo tener
una mejor vida.
-Entonces no crees que las personas pueden
cambiar. Te engañas a ti mismo creyendo que has cambiado.
De improviso Laura se avecinó hacia mí y yo cerré
los ojos mientras mis labios formaban un beso invisible que se quedó colgado en
el aire. Laura nunca me besó. Laura simplemente se había movido para bajar del
autobús. Cuando abrí los ojos, confuso por que aquella mujer no me hubiese
besado, la observé al otro lado del espejo, alejándose de todos nosotros.
Por una mujer así yo podría cambiar.
O al menos hacer ver que he cambiado (soy hombre,
tampoco pongamos el listón demasiado alto).
Para su información, sepan ustedes que la Calle de los cambios (cuya foto acompaña este post) existe y se ubica en la ciudad de Valencia.