Soy muy de Netflix, lo cual es
contradictorio, porque en Netflix no hay porno. Hay tetas y culos, aunque esas
turgentes anatomías también están en Telecinco y desde que las mamachicho
abandonaron la cadena, la he desintonizado. La realidad es que hay tetas por
todos lados, menos en Instagram que tienen cientos de tetas pero con
cuadraditos tapándoles los pezones. Si los extraterrestres llegasen pasado
mañana a la hora de la siesta y viesen Instagram o Telecinco pensarían que
todas las mujeres tienen cuadrados negros y que todos los hombres besamos a
otros hombres y vestimos como nuestros abuelos.
Ahora que me releo, me doy cuenta
de que el párrafo anterior podría ser tachado de machista y homófobo. No se equivocarían.
Lo que hace tres o cuatro años era divertido (en mismo blog), ahora es
políticamente incorrecto. Donde antes nos reíamos, ahora torcemos el gesto.
¿Hemos evolucionado o nos hemos vuelto completamente idiotas? Apuesto por lo
segundo.
Soy muy de Netflix aunque sus
series y películas sean como clonar a la oveja Dolly para continuar clonándola
una y otra vez hasta desposeerla de toda personalidad. Al fin y al cabo, sigue
siendo una oveja y sigue dando lana para el relleno del edredón. Ese es el
éxito de Netflix, que calienta en las noches de invierno, aunque sepamos que el
relleno es el clon de un clon. Pero hay muchas tetas, ciencia ficción de la mala
y niños en bicicleta. Lo mejor de ambos mundos.
El otro día, en un bar, una
muchacha hablaba de una película que había visto de Netflix, algo sobre unas
niñas que cantaban en un campamento de monjas. Nada mas escuchar, salí
corriendo hacia mi casa a ver la película y, para mi desgracia, comprobé que,
efectivamente, era sobre unas niñas cantando en un campamento de monjas. Ni la
mitad de media teta. Así que volví al bar y me enfrenté a la muchacha. “¿Cómo
puede ser bueno algo donde no se vea un pezón?”. Ella argumentaba que era una
de las películas del año mientras yo contraatacaba diciendo que sin tetas no
hay éxito (ni paraíso). Ella me llamó machista y yo la llamé aburrida. No
follamos, claro, aunque ambos llevábamos razón.
Soy muy de Netflix pero también
soy muy del onanismo compulsivo, de no lavarse los dientes ni por navidad, de
mentir a las mujeres para conseguir sexo, de la pizza recalentada, de darle la
vuelta a los calzoncillos una vez a la semana y de hacer del alcohol mi única
bebida (y comida). Soy un completo gilipollas porque ni tan siquiera he conseguido una suscripción gratuita a Netflix por hacer esta propaganda. Tambien soy completamente gilipollas porque, sinceramente, me importa un
carajo a la velocidad que va el mundo y me importa un carajo lo políticamente correcto.