A cada día que malgasto, encuentro a alguien que me dice que me estoy equivocando. Bueno, tampoco hace falta ser primo de Freud para saber que me estoy equivocando, pero al igual que mis almorranas, mis equivocaciones son mías y he aprendido a convivir con ellas de manera razonablemente dolorosa, aprendiendo a reconocer lo que puedo comer o no. No necesito a nadie que me diga cómo vivir mejor a no ser que esté dispuesto a pagarme unas vacaciones en el Caribe, rodeado de hermosas jamelgas. Tampoco hace falta que sea en la otra parte del mundo, con que sea en el club de carretera “Caribe” y las jamelgas sean la Jenni, la Yoli y la Yurena, tengo más que suficiente. El precio es razonable. Pero sucede que aun nadie me regaló nada, tampoco ningún dentista me regaló un dulce sin azúcar por portarme bien en su consulta. Quizás eso se deba a que nunca he ido al dentista. Pero no se preocupen por eso, cada semana cepillo los tres dientes que me quedan con precisión odontológica. Desconfíen ustedes de quienes regalan cosas, sobre todo si son consejos.
Y es que el mundo está lleno de pequeños aprendices de filósofos para
quienes los libros de autoayuda son como la gasolina para un bonzo. Les dices
que te gusta apoyarte en una barra de bar a beber una cerveza tras otra te
cuestionan si eso no es fruto de la inseguridad, y que la realidad es que estás huyendo de una realidad que
no te gusta. Están equivocados, me gusta la cerveza, me encanta ese sabor
amargo y helado llenando el interior de mis mejillas y bajando por mi garganta. Si hacerme una colonoscopia fuese igual de
placentero estaría todo el día en el hospital permitiendo que un desconocido
metiese un tubo, una y otra vez, por esa vergonzosa parte de mi anatomía. Y eso
no me convertiría en un inseguro, en un frustrado ni tampoco en un vicioso.
Bueno, puede que lo último sí.
Lo que quiero darles a entender es que estoy completamente harto de la
gente que lee libros con títulos como “desaprender para decrecer” o “las siete
claves de la felicidad ayurvedica”. Sexo, dinero y una buena cerveza. Aun
sobran cuatro.
El otro día, en el autobús, un tipo se sentó a mi lado e
inmediatamente me cambié de asiento. El tipo no tenía nada especial, podría
haber sido el rey de Dinamarca y habría continuado sin tener nada de especial
para que yo tomase la decisión de cambiar de asiento. Entonces una mujer
comenzó a decirme que lo que acababa de hacer era un sentimiento de homosexualidad
reprimida. Ella estaba leyendo un libro que se titulaba “el lenguaje del cuerpo”.
El único lenguaje del cuerpo que me interesa es el de mis codiciosas amigas del
Club Caribe. Pero no le dije eso a la mujer, simplemente le recomendé que
cambiase de peluquero y me bajé en la primera parada.
Comienzo a estar harto que todos me digan lo que debería hacer o me digan
que lo que hago es fruto de escondidos traumas que debería expulsar de mi
interior. Durante toda mi vida, cada mañana, después del cigarrillo y el café,
expulso de mi interior lo mejor de mi y nunca he encontrado un trauma. Y eso
que fumo y tomo café desde los siete años. Tengo 44 años y soy consciente de
que muchas de las cosas que hago tienen un motivo, pero es un motivo mucho más
simple del que cuentan los libros. Sexo, dinero, una buena cerveza y
tabaco. Y aun quedarán tres claves que les regalo a ustedes envueltas en un
bonito papel rosado y rodeado todo por un precioso lazo de color purpura. ¿A
que suena cursi? Igual de cursi que cuando ustedes me dicen que siento mi
corazón bombeando con fuerza dentro de mi pecho porque tengo problemas de la
infancia no resueltos y la angustia me está avisando. Miren ustedes, siento el
corazón bombeando con fuerza porque peso 187 kilos, me alimento solo de
hamburguesas y estoy a media hora de una crisis cardiaca. ¡Por dios! Si hasta me he visto obligado a contratar a un chino del bar de la esquina para que me ate los cordones de
los zapatos y recoja las cosas que me caen al suelo. El análisis de mi sangre no dice que tengo problemas de infancia
no resueltos, tampoco habla de mis inseguridades ni miedos, en lugar de eso
dice que tengo colesterol, azúcar y que mi hígado comienza a parecerse al primo
lejano de Bob Esponja. Así que dejen de dar consejos leidos en libros
comprados a peso en la sección de autoayuda del Fnac y en lugar de eso invítenme
a una cerveza.
Eso sí que me ayudaría.