"El secreto del éxito es la honestidad. Si puedes evitarla... está hecho" (Groucho Marx)
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11 abr 2011

Biografía gilipollas -3- (de 1978 a 1982)


Si son ustedes seguidores de mi biografía recordarán que el último capítulo finalizaba en 1978 con un escenario tan ingrato como una hermana con éxito en la vida, una madre que comenzaba a ignorarme y un padre que danzaba a todas horas alrededor de animales exóticos y electrodomésticos de gran tonelaje. Fue entonces cuando a los doce años tomé una de las decisiones más importantes de mi vida. 

Decidí teñirme el pelo de rubio platino.

Impresionante ¿verdad? De acuerdo, puede que ustedes que viajan a la India para apadrinar pueblos enteros o hacen operaciones a corazón abierto a dos manos, teñirse el pelo es una nimiedad que provoca vergüenza ajena en cualquier biografía. Pero para alguien cuya máxima aventura hasta el momento había sido pillarme el dedo con una puerta y perder una uña, convertirme en un émulo de Marilyn Monroe parecía toda una aventura. Y no confundan este deseo con la fantasía de todo hombre de pararse en una salida de aire del metro y que las faldas vuelen y muestren todo el mondongo a los pasajeros de la ciudad.

¿Por qué fue tan importante ese pelo teñido de rubio? En primer lugar yo tenía doce años y en mi ignorancia confundí el tinte de pelo con amoniaco. En efecto, soy completamente calvo desde entonces y fue en esta infantil desgracia que decidí compensar tal revés comiendo como un animal de circo hasta llegar a los 154 kilos cuando cumplí trece años. 

Fui el único niño que acudió a mi cumpleaños, no cabía nadie más. 

Pronto las ropas ya no me cabían y me vi obligado a improvisar una especie de túnica con unas cortinas antiguas que encontré en el desván.

Mi padre, al verme un día completamente calvo y vestido de tal guisa, decidió que yo resultaría mejor objeto de culto que lavadoras, animales o improvisadas hogueras que ponían los extintores repartidos por toda la casa. Me situó en el centro del comedor y comenzó a danzar a mi alrededor. Mi madre al vernos de tal guisa no pudo menos que exclamar "menudo par de completos gilipollas". 

Había nacido la leyenda.

Pronto acabé el colegio y comencé a trabajar como “niño-agua” en una imprenta. El trabajo consistía en cargar todo el día con una gran garrafa de plástico llena de agua que iba sirviendo entre los pobres operarios de las grandiosas maquinas de impresión los cuales levantaban una mano y gritaban “¡Niño Agua!” y yo acudía presto a servirles tal liquido elemento. Por desgracia el hecho de que no pudiesen moverse me enseñó para que servía la otra garrafa vacía que me habían dado. El “niño-agua” era también el “niño-lavabo”. Perdí el trabajo el día en que confundí una garrafa con la otra. 

Esto sucedió cuando en 1982, con 16 años recién cumplidos y 166 kilos recién ganados. Justo el momento en que se celebraban los mundiales de fútbol en España. ¿Recuerda? Exacto, también el año en que por primera (y única vez) descubrí el sexo. Pero eso forma parte de otro capítulo.



9 feb 2011

Biografía gilipollas -3- (de 1976 a 1978)


A los diez años y con la llegada de mi nueva (y única hermana) mi madre perdió el trabajo en la fábrica de bicicletas. Sucedió poco después de volver a la fábrica tras la maternidad, cuando le fue asignado un nuevo puesto colocando los sillines de las bicicletas. El llanto de mi hermana por las noche (y consiguiente no dormir de la madre) forzó un descuido y mi madre dio el visto bueno a un pedido de veinte bicicletas con destino a la congregación de monjitas Vírgenes de la Caridad habiendo olvidado colocar antes el sillín. Después de eso la congregación tuvo que dejar de llamarse “Vírgenes de la Caridad”, claro. Mi madre volvió a casa y reunió a la parte mas importante de la familia para comunicarles el hecho. Esto significa que reunió a mi hermana de tres meses, a mi abuela sorda y a un señor que pasaba en aquel momento por la calle mientras mi padre danzaba en torno a una tostadora y yo espiaba a mi vecina del primer piso (teniendo en cuenta que vivíamos en el octavo y dos calles mas arriba era realmente difícil).

Sin sueldo que traer a casa y con una hija y dos gilipollas que mantener, mi madre Pepita tuvo que tomar la difícil decisión de convertirse en la primera mujer lanzadora de enanos profesional. Puede que ustedes nunca hayan oído hablar de los lanzadores de enanos pero en aquel tiempo eran muy comunes las apuestas clandestinas de lanzamientos de enanos. Mi madre pronto se convirtió en una celebridad en el oculto submundo de los enanos voladores y el dinero volvió a entrar a espuertas por las ventanas de nuestra (ya no humilde) morada lo que permitió que mi padre pasase de bailar alrededor de una tostadora a bailar alrededor de un pony albino o de una nevera industrial. No hay nada mas divertido que observar a un nuevo rico. Mi madre había descubierto la manera de mantener ocupado a mi padre. Para ser honestos debo reconocer que mi padre dando vueltas alrededor de objetos era la mejor contribución que aquel tipo podía hacer a la humanidad. Mi madre contrató también a una institutriz para cuidar de nosotros, una mujer alta, anciana y delgada que vestía siempre de negro y respondía al nombre de Fräulein Schönenberg y a la que yo comencé a sobornar con todo lo que tenía a mano a fin de que me permitiese probar las mieles del amor. Si es que quedaba algún tipo de miel en aquel enjuto y seco cuerpo. Deben entender que con once años yo apenas sabía distinguir entre “institutriz” y “meretriz” y esta confusión me llevo a creer que Fräulein Schönenberg había sido encontrada (a la par que contratada) en el club “El buen yantar horizontal”  lo cual me hizo ganar mas de un bofetón y me regaló la valiosa enseñanza de que no todo se puede comprar en la vida. Sobretodo si hay mujeres de por medio.

Mientras mi madre continuaba lanzando enanos y batiendo récords yo me dediqué con todo mi esfuerzo a los estudios en el convencimiento de que mi apellido no era mi condición. ¡Cuan equivocado estaba el pequeño Gilipollas! A la pregunta de examen “¿Cuanto suman dos mas dos?” yo respondía “Napoleón” o a la pregunta “¿Capital de Francia?” yo contestaba “bocadillo de anchoas”. No me pregunten el motivo, en mi imaginación el mundo era así. O eso o es que yo era un completo lerdo. Tampoco contesten a eso, todos sabemos la respuesta. De repente mi apellido comenzaba a hacer honor a mi penosa condición. O viceversa.

A los dos años mi hermana ya había descubierto cinco formas de cocinar la tortilla de patatas sin patatas y había ganado el premio de Miss España 1978. Ni que decir tiene que debido a estos logros ajenos fui definitivamente apartado de las atenciones de mi madre y dado por imposible. Contaba entonces yo la tierna edad de 12 años y pesaba 104 kilos. Mientras eso sucedía mi padre continuaba danzando alrededor de animales exóticos y electrodomésticos de gran tonelaje. Fue entonces cuando tomé una de las decisiones mas importantes de mi vida...


6 feb 2011

Biografía gilipollas -2- (de 1973 a 1976)


Soy consciente que en mi anterior post biográfico sembré la duda de que fue lo que me hizo salir a los 7 años del cuarto donde me había recluido voluntariamente. Lo que sucedió fue tan simple como que había aprendido a contar sirviéndome de las flores del papel pintado de mi habitación. Al principio era “una flor, una flor, otra flor” pero pronto conseguí encadenar una sucesión numérica estilo “una flor, dos flores, tres flores...”. ¿Cómo puede el simple hecho de saber contar flores pintadas sacar del cuarto a un infante obeso que apenas cabía ya por la puerta? Fácil. Mi padre no sabía contar lo cual desembocó que en mi tarta de séptimo aniversario mi padre colocó 18 velas y al contarlas creí yo que estaba estrenando la mayoría de edad así que me calé los calzoncillos de Barrio Sésamo hasta las ingles, metí toda mi ropa y algunas chucherías en una bolsa y salí a visitar mundo para celebrar esta -equivocada- mayoría de edad. Como ustedes comprenderán un niño de 7 años tiene tantas posibilidades de valerse por si solo en una viaje de esta índole como yo mismo de acabar en la delantera del Barça y de esta manera me encontré solo y desamparado en la puerta de un local al que había llegado caminando desde mi casa. Estaba a apenas 500 metros pero pensaba yo que había cruzado media Europa arrastrando mi bolsita de plástico llena de chuches, dos pares de calcetines y dos pares de camisetas. ¿Que es lo que había llamado mi atención y porque me detengo ahora en este momento de una biografía que debería ser fluida? Porque lo que había llamado mi atención a mis tiernos 7 años (18 años en mi imaginación) eran las luces rojas de un local. Aquellas luces brillantes anunciaban un lugar donde posteriormente he acudido para saciar mi sed de... amor. El club “El buen yantar horizontal”. En efecto, uno de esos antros de perversión donde las féminas tarifican el amor, visten como si les acaben de robar el armario y están protegidas por fornidos guardaespaldas. El mismo guardaespaldas que me impidió el paso. “Nene quiere entrar”, dije con decidida voz de infante. El guardaespaldas se rió, me despeinó en un gesto cariñoso y me dijo que no podía entrar allí hasta que tuviese 18 años y por mucho que juré y perjuré que los tenía e incluso que podía traer 18 velas para atestiguarlo, me vi obligado a volver a casa con la bolsa de chuches entre las piernas imaginando cual habría sido mi error. El hecho de encontrarme a mi padre danzando alrededor de una botella de leche en el comedor no me ayudó a desvelar el misterio, no obstante el haber salido de casa y enfrentarme yo solo a la vida me dio a entender lo que sería mi existencia futura, nadie iba a ayudarme ni a apiadarse de mi. Solo yo era responsable de mi vida. Y además vivíamos junto a una casa de señoras que fuman y te tutean.

Y aunque solo contase 7 años fue la única reflexión adulta que he tenido en toda mi bendita vida.

Al día siguiente volví al colegio, me enfrenté a los niños que siempre me robaban el bocadillo y aunque volvieron a robármelo además de obsequiarme con un precios ojo morado, volví a casa sonriente y en el convencimiento que la vida no consiste en quedarse en una habitación contando las flores del papel pintado sino enfrentarte y los problemas y volver a casa con un ojo morado y derrotado. A partir de los 7 años y hasta que cumplí 18 seguí pasando cada día por delante del Club “El buen yantar horizontal” saludando siempre al vigilante de la puerta quien me contestaba con la misma frase: “un día menos, gilipollas, un día menos”. En efecto, cada jornada que pasaba era una jornada menos para conocer la felicidad que escondían aquellas luces de neón rojas. Y así siguieron pasando los días, mi padre con sus danzas en el centro del comedor alrededor de cualquier utensilio, mi madre trabajando para sacar la casa adelante y yo siendo robado cada día en el colegio pero con la esperanza de que cada día que pasaba era un día menos.

Mientras eso sucedía, a los diez años nació mi hermana. No quiero decir que ya naciese con 10 años de edad, no... era un bebé como todos. Quien tenía 10 años cuando eso sucedió fui yo. La llegada de un nuevo bebé a la casa llenó de alegría a mi madre quien pronto se dio cuenta de que podía tener a alguien en la familia no tan imbécil como su hijo o su marido y volcó todo su amor en ella dejándome a mi en el olvido y la incomprensión.

Muchos de ustedes estarán ahora argumentando que estos fueron los motivos de que me autodenomine “gilipollas”. Lo entiendo, los comentarios en los blogs son un espacio abonado para los psicólogos aficionados. No se equivoquen, “Gilipollas” es mi apellido pero a los 10 años aun no era mi condición. Pronto lo sería...


3 feb 2011

Biografía gilipollas -1- (de 1966 a 1973)


Hasta el momento y en este modesto espacio virtual, he contado sobre mis lamentables antepasados y algo mas sobre mi actual -y desafortunado- devenir cotidiano para escarnio público y risas generalizadas. No es un reproche. Cada uno de nosotros fue forjado con una virtud. Yo he descubierto que la mía consiste en provocar la risa ajena. Así sea pues. Y es en esta aventura que también he adquirido conocimiento de lo poco -o nada- conocen de mi desde mi alumbramiento hasta el famoso incidente del mundial de fútbol de 1982 del que tanto menciono aquí como referencia a la última experiencia carnal.

Pero verdad es que de 1966 a 1982 todo transcurre en las brumas del intencionado olvido. Y así debería continuar si pretendo mantener algo de dignidad en mi vida. Cuando has tenido un desafortunado paso por el mundo, una biografía es tan buena idea como quedarse en calzoncillos, untarse de brea, revolcarse en plumas de oca y salir corriendo a la calle. El silencio es el mejor aliado de los desgraciados.

He estado reflexionando sobre ello (como cinco minutos o así) para llegar a la conclusión de que existe un incomprensible interés por su parte (la de ustedes) hacia mis partes (yo). Supongo que saber de mis desgracias les hace sentir mejor. O quizás simplemente sucede que mis aventuras convierten sus ociosas cotidianidades en algo mínimamente llevadero. Pero también observo como crece el número de seguidores, el número de comentarios, el número de correos amenazándome y pienso “ya soy una celebrity” y como todo célebre que se precie debería tener una biografía autorizada (y varias desautorizadas) así que voy a ponerme ello y a brindarles el primer capitulo de mi aburrida y escasamente interesante vida para que puedan ustedes seguir revolcándose en el pecado de la mofa por la desgracia ajena. Que grandes personas son mis lectores...

Creo recordar que nacer fue de las primeras cosas que hice y sucedió a finales de 1966. Mi madre no ayudó mucho pues había tenido un día durisimo en la fábrica de manillares de bicicleta y cuando se estiró en la camilla del paritorio lo primero que hizo -gran conocedora del procedimiento del parto- fue decir “que empuje otra”. Yo, desde mi escondite, observaba por una rendija a los doctores, todos con cara de querer azotarme así que imaginé que lo mejor que podía hacer era esperar una distracción para huir, cosa que sucedió al cabo de cuatro horas cuando los doctores se recostaron contra la pared para echarse unos cigarritos. Eran otros tiempos. Aproveché aquel pequeño descanso para salir rápidamente del lugar donde siempre he querido volver (aunque no el de mi madre) y comencé a correr por la sala de partos hasta que el cordón umbilical no dio mas de si y la física de la elástica me hizo volver a entrar de golpe en las entrañas de mi progenitora. A la segunda ocasión los médicos ya habían aprendido la lección y cuando volví a intentarlo uno me cazó al vuelo con una red que habitualmente se utiliza para atrapar estorninos mientras el otro cortaba el traicionero cordón umbilical. Después de anillarme y de catalogarme como una nueva especie de estornino obeso, me llevaron a una de esas cunas en una sala donde habían otras cunas y otros niños en su interior. Creo que estar con todas aquellas gentes que después serían personas de provecho o asesinos en serie es lo mas cerca que estaré nunca de una orgía, todos desnudos y gritando. Días después mi madre volvió a por mi y me llevó al que sería mi futuro hogar donde conocí a mi padre, un señor de 1,90, negro como el carbón, vestido con una túnica de colores y danzando todo el día alrededor de un periódico en llamas en medio del comedor. En efecto, ese era Ngai Gilipollas. Se preguntaran ustedes como es que mi madre se había casado con un africano que aun creía estar en África aunque llevaba toda la vida viviendo en Barcelona. En su descargo he de decir que mi padre era de trato fácil porque no había aprendido a hablar castellano (un marido que no puede llevarte la contraria es el sueño de toda ama de casa que se precie) y también ahorraban mucho en calefacción porque todo el día mi padre lo pasaba recopilando basura que luego quemaba en el centro del comedor a forma de hoguera. Ni que decir tiene que la casa estaba siempre tan llena de humo y hollín que mi madre no descubrió que yo era blanco (y no negro) hasta mis catorce años cuando me pilló una noche recién duchado saliendo de la ducha. Eramos una familia modesta. Una madre trabajadora, un padre gilipollas que se creía el rey de una tribu masai y un hijo (yo) que a los cinco años ya pesaba 72 kilos sin ropa y 72,1 kilos con ropa. No eramos una familia de posibles y no gastábamos demasiado en ropa, lo reconozco. No saben ustedes la vergüenza que pase yendo al colegio siempre vestido con un taparrabos que había hecho mi padre con una cascara de coco y lleno de hollín. De hecho ninguno de mis compañeros de colegio descubrieron que mi piel era blanca hasta séptimo de EGB cuando comenzaron a adquirir la costumbre de lanzarme cada miércoles a un estanque cercano, costumbre que perdura hasta hoy en día, todos los martes a las 4 de la tarde en un estanque cercano. Pensarán ustedes que soy un calzonazos incapaz de rebelarse ante esta burla y desprecio que dura más de 30 años. No es eso, es que me sabe mal quitarle la ilusión a los muchachos y total así aprovecho para darme mi baño semanal. Todos ganamos algo y siempre resulta divertido para mis vecinos ver a media docena de cuarentones comportándose como niños y llevando en brazos a un gordo que acaban tirando a un estanque.

Pero volvamos a mi época de tierno infante. Pronto mis padres se dieron cuenta de que yo no sería un buen estudiante pues en la guardería mientras los niños ordenaban letras y figuras yo me las comía. Quizás por eso escriba ahora, para devolverle a la sociedad todo cuanto he ingerido, como una suerte de justicia poética. En fin, que yo no estudiaba, tampoco me relacionaba socialmente con los niños del barrio (aun menos las niñas) y me pasé hasta los siete años encerrado en mi cuarto contando las flores del papel pintado.

¿Que sucedió a los 7 años? Tendrán que esperar al segundo capítulo de esta apasionante biografía.



29 ago 2010

Genealogía Gilipollas

Queridos/as míos/as (sobretodo mías), para que puedan entender mejor la naturaleza del espécimen que regularmente vienen usted a leer, a continuación contaré brevemente sobre las hazañas de algunos de mis antepasados. No sean crueles con sus comentarios porque como dicen en las películas de gángsters: la familia es la familia. La primera constancia de un gilipollas que tenemos documentada es del siglo XVIII aunque es evidente que hubieron mas gilipollas antes. Sino el mundo no sería lo que es.


Duque Marcelo Gilipollas
Noble del siglo XVIII, nacido en 1722 de quien se sabe que fue el primero en fundar una empresa de aceros en las afueras de Barcelona. Para ello invirtió todo su dinero en una fundición, contratando también a veinte trabajadores. Por desgracia nadie le avisó que el acero fundido no puede transportarse con las manos desnudas. Fue el primer hombre sin manos en conseguir ganar un campeonato de aros de humo para fumadores de pipa. Su frase mas famosa es "Au. Ui. Joder. Esto quema. Argh.".


Duquesa Carla Gilipollas
Hija del anterior y nacida en el año 1755. Por desgracia la relación con su padre no era todo lo fluida que se esperaba y volvieron a cruzar palabra desde que ella cumplió los 2 años porque su padre se empeñaba en sorber todos los flanes que le ofrecían a la infante. Esta falta de comunicación se hizo patente cuando heredó la fundición de acero. Fue la primera mujer sin manos en conseguir hacer una reproducción de la goleta "Maximo XVII" en punto de cruz con la boca. En 1774 perdió una apuesta y tuvo que casarse con una figura de cartón piedra rellena de serrín y papel de embalar. A raíz de una infidelidad con un primo cercano (demasiado cercano, ya saben) nació un hijo ilegitimo que hicieron creer a todos que era hijo de su marido de cartón piedra el cual no hablaba ni se movía, se limitaba a estar en una esquina del comedor estático. El mejor marido del mundo, decía ella a todas horas. La estatua de cartón piedra tampoco puso en duda que aquel fuese su hijo, claro está.


Mariano Gilipollas
Hijo (i)legítimo de la Duquesa Carla Gilipollas y su marido de cartón piedra, nacido en 1777 y heredero del imperio "Aceros Gilipollas" responsable de segunda mayor fábrica de muñones de la historia Española (el primer puesto lo ostenta la Batalla de Trafalgar). Mariano fue desposeído de su titulo de Duque por el mismo rey Carlos III de España cuando en una recepción oficial se abalanzó sobre una mesa llena de flanes al grito de "mioooos". Hay que decir en su descargo que la genética de la familia gilipollas siempre no han hecho proclives a perder la razón ante las gelatinas. El hecho de que el rey Carlos III y hija la infanta María Josefa se encontrasen junto a la mesa de postres y acabaran llenos de trozos de flanes babeados no ayudo demasiado al pobre Mariano Gilipollas quien fue también desposeído de todas sus pertenencias que consistían la fabrica de aceros, un camafeo con la imagen de un mono bailando una polka y diez canicas de diferentes colores.


Gustavo Gilipollas
Hijo de Mariano, nacido en 1817. Rapsoda y escritor. Suyo es el famoso poema "oda a los flanes" o el libreto "las mujeres son todas unas sucias" que le valió la admiración de la sociedad (abiertamente machista) de por aquel entonces. Fue el protegido de varios intelectuales de la época (todos hombres que fumaban grandes puros, por descontado) bajo cuyo mecenazgo escribió obras breves como "diez motivos para no entrar con otros hombres en una sauna" o "como morir en un duelo sin perder el estilo". Por desgracia, un malentendido con uno de los barones mas radicales de entre los mecenas a causa de una falsa acusación de robo de una saco de arpillera dió con los huesos de Gustavo Gilipollas en la prisión. Gustavo admitió haber robado el saco arpillera pero al parecer el hecho de que casualmente hubiesen dentro 20.000 francos (destinados a pagar al ejercito francés para que invadiesen a su suegra) no aligeraron la situación.


Pepe Gilipollas
Hijo de Gustavo, nacido en la prisión en 1842 fruto de las relaciones de su padre con otro de los presos. Al parecer el hecho de que ambos fuesen hombres no fue impedimento para el nacimiento de José Francisco (Pepe para los amigos y también para los enemigos) quien vivió oculto en una caja de zapatos debajo del camastro de su padre (no se sabe a ciencia cierta de cual de los dos padres) hasta la temprana edad de 60 años y consiguió escapar por una puerta que ajustaba mal. Diez años mas tarde encontró una mujer con la que fundó una familia y tuvo diecinueve hijos entre los que se encontraba mi abuelo "Manos Largas" Gilipollas.


Carlos "Manos Largas" Gilipollas
Nacido en 1902. Aunque lo bautizaron "Carlos" fue conocido popularmente con el sobrenombre de "Manos Largas" por su afición a meter las manos bajo las faldas de las comadronas. Sabida es por todos que a los gilipollas nos pierden las manos (o los muñones) . Fue un pésimo estudiante que pasó la juventud de colegió en colegio hasta que a los 17 años descubrió que la pasión de su vida era la contemplación de los adoquines de la Gran Vía de Barcelona. Afición que practico hasta 1942 cuando un tranvía pasó justo por encima de su cabeza. Su frase mas famosa es "¿eso que viene es un tranvía?" (aunque esta frase algunos historiadores también se la atribuyen al arquitecto Gaudí).


Ngai Gilipollas
Nacido en 1942 de una relación secreta de mi abuelo con la corista de cabaré "La floja del paralelo". No obstante entre contemplación y contemplación de adoquines el abuelo Manazas además de fornicar a mi abuela también le dió su apellido a mi padre Ngai. O al menos eso dice mi madre porque Ngai gilipollas era mas negro que el carbón e iba siempre vestido con un taparrabos y aullando extrañas canciones masai. En 1960 mi padre Ngai acabó su relación con una cabra y conoció a mi madre Pepita en la cola de una barbería que llevaba tres meses cerrada. Del amor surgí yo.


Y eso es todo. Espero que hayan disfrutado con este breve ejercicio de historia que les ayudará a comprender un poco mas mi particular idiosincrasia (lease: gilipollez).