Hasta el momento y en este modesto espacio virtual, he contado sobre
mis lamentables antepasados y algo mas sobre mi actual -y desafortunado- devenir cotidiano para escarnio público y risas generalizadas. No es un reproche. Cada uno de nosotros fue forjado con una virtud. Yo he descubierto que la mía consiste en provocar la risa ajena. Así sea pues. Y es en esta aventura que también he adquirido conocimiento de lo poco -o nada- conocen de mi desde mi alumbramiento hasta
el famoso incidente del mundial de fútbol de 1982 del que tanto menciono aquí como referencia a la última experiencia carnal.
Pero verdad es que de 1966 a 1982 todo transcurre en las brumas del intencionado olvido. Y así debería continuar si pretendo mantener algo de dignidad en mi vida. Cuando has tenido un desafortunado paso por el mundo, una biografía es tan buena idea como quedarse en calzoncillos, untarse de brea, revolcarse en plumas de oca y salir corriendo a la calle. El silencio es el mejor aliado de los desgraciados.
He estado reflexionando sobre ello (como cinco minutos o así) para llegar a la conclusión de que existe un incomprensible interés por su parte (la de ustedes) hacia mis partes (yo). Supongo que saber de mis desgracias les hace sentir mejor. O quizás simplemente sucede que mis aventuras convierten sus ociosas cotidianidades en algo mínimamente llevadero. Pero también observo como crece el número de seguidores, el número de comentarios, el número de correos amenazándome y pienso “ya soy una celebrity” y como todo célebre que se precie debería tener una biografía autorizada (y varias desautorizadas) así que voy a ponerme ello y a brindarles el primer capitulo de mi aburrida y escasamente interesante vida para que puedan ustedes seguir revolcándose en el pecado de la mofa por la desgracia ajena. Que grandes personas son mis lectores...
Creo recordar que nacer fue de las primeras cosas que hice y sucedió a finales de 1966. Mi madre no ayudó mucho pues había tenido un día durisimo en la fábrica de manillares de bicicleta y cuando se estiró en la camilla del paritorio lo primero que hizo -gran conocedora del procedimiento del parto- fue decir “que empuje otra”. Yo, desde mi escondite, observaba por una rendija a los doctores, todos con cara de querer azotarme así que imaginé que lo mejor que podía hacer era esperar una distracción para huir, cosa que sucedió al cabo de cuatro horas cuando los doctores se recostaron contra la pared para echarse unos cigarritos. Eran otros tiempos. Aproveché aquel pequeño descanso para salir rápidamente del lugar donde siempre he querido volver (aunque no el de mi madre) y comencé a correr por la sala de partos hasta que el cordón umbilical no dio mas de si y la física de la elástica me hizo volver a entrar de golpe en las entrañas de mi progenitora. A la segunda ocasión los médicos ya habían aprendido la lección y cuando volví a intentarlo uno me cazó al vuelo con una red que habitualmente se utiliza para atrapar estorninos mientras el otro cortaba el traicionero cordón umbilical. Después de anillarme y de catalogarme como una nueva especie de estornino obeso, me llevaron a una de esas cunas en una sala donde habían otras cunas y otros niños en su interior. Creo que estar con todas aquellas gentes que después serían personas de provecho o asesinos en serie es lo mas cerca que estaré nunca de una orgía, todos desnudos y gritando. Días después mi madre volvió a por mi y me llevó al que sería mi futuro hogar donde conocí a mi padre, un señor de 1,90, negro como el carbón, vestido con una túnica de colores y danzando todo el día alrededor de un periódico en llamas en medio del comedor. En efecto, ese era Ngai Gilipollas. Se preguntaran ustedes como es que mi madre se había casado con un africano que aun creía estar en África aunque llevaba toda la vida viviendo en Barcelona. En su descargo he de decir que mi padre era de trato fácil porque no había aprendido a hablar castellano (un marido que no puede llevarte la contraria es el sueño de toda ama de casa que se precie) y también ahorraban mucho en calefacción porque todo el día mi padre lo pasaba recopilando basura que luego quemaba en el centro del comedor a forma de hoguera. Ni que decir tiene que la casa estaba siempre tan llena de humo y hollín que mi madre no descubrió que yo era blanco (y no negro) hasta mis catorce años cuando me pilló una noche recién duchado saliendo de la ducha. Eramos una familia modesta. Una madre trabajadora, un padre gilipollas que se creía el rey de una tribu masai y un hijo (yo) que a los cinco años ya pesaba 72 kilos sin ropa y 72,1 kilos con ropa. No eramos una familia de posibles y no gastábamos demasiado en ropa, lo reconozco. No saben ustedes la vergüenza que pase yendo al colegio siempre vestido con un taparrabos que había hecho mi padre con una cascara de coco y lleno de hollín. De hecho ninguno de mis compañeros de colegio descubrieron que mi piel era blanca hasta séptimo de EGB cuando comenzaron a adquirir la costumbre de lanzarme cada miércoles a un estanque cercano, costumbre que perdura hasta hoy en día, todos los martes a las 4 de la tarde en un estanque cercano. Pensarán ustedes que soy un calzonazos incapaz de rebelarse ante esta burla y desprecio que dura más de 30 años. No es eso, es que me sabe mal quitarle la ilusión a los muchachos y total así aprovecho para darme mi baño semanal. Todos ganamos algo y siempre resulta divertido para mis vecinos ver a media docena de cuarentones comportándose como niños y llevando en brazos a un gordo que acaban tirando a un estanque.
Pero volvamos a mi época de tierno infante. Pronto mis padres se dieron cuenta de que yo no sería un buen estudiante pues en la guardería mientras los niños ordenaban letras y figuras yo me las comía. Quizás por eso escriba ahora, para devolverle a la sociedad todo cuanto he ingerido, como una suerte de justicia poética. En fin, que yo no estudiaba, tampoco me relacionaba socialmente con los niños del barrio (aun menos las niñas) y me pasé hasta los siete años encerrado en mi cuarto contando las flores del papel pintado.
¿Que sucedió a los 7 años? Tendrán que esperar al segundo capítulo de esta apasionante biografía.