Creo que me he enamorado de todas y cada una de las enfermeras que hay en este hospital, incluso de una cuya profesionalidad está en entredicho por el simple hecho de limpiar las heridas con escupitajos y papel de periódico en vez de con gasas y suero desinfectante. No seré yo quien la juzgue pero incluso de esa me he enamorado. Soy perfectamente consciente que hablar de amor en el post número 13 -desde que estoy ingresado- es tan arriesgado como tener de pareja a Belén Esteban en el Scrabble. Pero como dicen en la guerra:antes de la última carga: "la victoria será para los valientes o los gilipollas".
Cada vez que entra una enfermera a mi habitación, en vez de sentir miedo ahora siento un infinito amor que crece en mi interior hasta convertir las sábanas bajo las que me escondo en una tienda de campaña para 12 plazas. De acuerdo, lo reconozco, quizás confunda amor con sexo. Quizás lo que en realidad deseo es fornicio con todas y cada una de ellas. Pero recuerden que las enfermeras son mis ángeles y los ángeles carecen de sexo. Además, las pastillas de colores y los ponies rosas que observo revoloteando a mi alrededor no ayudan a distinguir entre amor y sexo.
A no ser que encontrase un ángel caído. ¡Claro! Ahí estaba la solución, convertir a una de las enfermeras en Lucifer, el ángel caído. Un ser vicioso y malicioso que en la oscuridad de la noche corrompe el alma de los benditos. Justo lo que necesitaba. Convertir el amor inducido por las drogas en sexo.
Para mi plan escogí a Gumersinda, una hermosa (y simpátiquisima) enfermera rubia del turno de tarde. Gumersinda no es si nombre real pero atendiendo a lo sucedido prefiero utilizar este discreto seudónimo.
¿Cómo hacer caer a un ángel del cielo? Haciéndola caer literalmente al suelo y figuradamente en mis brazos. Cada tarde a eso de las 4, Gumersinda aparece por la puerta de mi habitación con su mejor sonrisa y empujando un carrito que alberga varios paratos para tomarme la temperatura, la presión arterial, el ritmo cardíaco, la saturación de oxigeno en sangre y no se que mil zarandajas mas. Lo extraño es que en la pantalla digital del aparatito aparecen números de colores en vez de un gran corazón rojo que diga "Gumersinda, te amo". o "Gumersinda deseo fornicar contigo", vamos. Suerte que esos aparatitos no miden la presión sanguínea en... bueno, ahí abajo.
Mi plan para hacer caer a Gumersinda en mis brazos consistó en robar una larga venda que enrollé alrededor de una lámpara, una pata de mi cama, alrededor también de un grifo de servicio, del televisor, de un suero y de los pomos del armario. De esta manera y con tan solo estirar de la venda se tensaba una serie de tiras entrecruzadas que harían caer a la víctima en mi tela de araña. Un ángel caído en toda regla. Y yo la araña con mi aguijón llenito de... veneno.
Pero hubo algo que no contemplé en tan perfecta ecuación y esto fue que mi rapidez y reflejos después de 3 operaciones y 42 días de hospital no son las de siempre.
Gumersinda cayó... y tanto que cayó. Pero no en mis brazos. No llegué a tiempo. Ahora Gumersinda está internada en una habitación contigua a la mía con su hermosa nariz fracturada, uno de sus bellos hombros dislocado, tres de sus finos dedos rotos y los ligamentos de su esbelta pierna derecha destrozados.
He intentado visitarla para comprobar si mi hábil plan de convertir el amor en sexo ha prosperado pero no está especialmente receptiva a mis palabras. Mi ojo morado puede atestiguarlo.
Seguiremos informando...