En primer lugar quiero agradecer a todos los lectores por sus amables comentarios en anterior entrada donde pedía consejos para seducir a mi nueva vecina. Con sus palabras queda claro que saben ustedes tanto de seducción como yo de Dinámica Termoplastica aplicada al estudio del Romanticismo Literario en la Alemania del Siglo XVIII. Supongo que la culpa es mía porque debería haber imaginado que alguien que lea este blog y se atreva a escribir un comentario, de entrada muy normal no debe ser. De todas formas, voy a continuar con mi plan de irresistible seducción para conseguir derribar (literalmente) la pared medianera que nos separa y convertir nuestros respectivos pisos en el hogar del amor.
El siguiente paso consistió en comenzar el camino de la seducción por donde mejor se conquista a una personas, ese lugar llamado estómago o buche o panza (o barriga cervecera en mi caso). Así pues, como la ventana de mi cocina da a un patio interior donde ella tiene la ventana de un pasillo, puse todos mis conocimientos en cocinar un delicioso plato cuyo aroma se deslizase por el aire cual hermoso halcón de ala plateada y se introdujese en todas las cuevas de su piso, al tiempo que en sus fosas nasales. Por desgracia, mi sabiduría culinaria solo es comparable a mis conocimientos de la Dinámica Termoplastica aplicada al estudio del Romanticismo Literario en la Alemania del Siglo XVIII. Lo único que conseguí fue llenar su casa de humo de sardinas quemadas con la inevitable llamada a los bomberos (los vecinos creyeron que mi piso se estaba incendiando) y el escenario final fue mi cocina repleta de musculosos hombres armados con mangueras y llenando mi cocina de agua. Supongo que tan homoerotico final no debió impresionar a mi vecina quien asistió atónita al momento, asomada al patio. Lo único que pude hacer fue sonreír y encogerme de hombros mientras ella cerraba de golpe la ventana.
De acuerdo, el primer capitulo de la novela de amor había acabado convirtiéndose en una escena de película de los hermanos Marx, no obstante, como el amor es un libro de muchos capítulos, comencé a escribir el segundo en la forma de estudiar a mi vecina por la calle, contemplando sus rutinas e incluyéndome sutilmente en su vida. Por desgracias su rutina incluía ir al gimnasio, comprar frutas y verduras e ir a comer a un restaurante vegetariano (donde no sirven ni alcohol), ir a museos y pasear a ritmo de corredora olímpica. Actividades todas que mi condición de hombre mesetario me impedían emprender. Además de fracasar también conseguí que mi vecina me denunciase a la policía porque durante dos semanas la seguía a todos lados (incluidos los baños de señoras del exclusivo gimnasio Lesbos). Ahí fue donde descubrí que era guapa pero no era miope.
El tercer capítulo de nuestra historia de amor consistiría en poner música a todo volumen para que ella la escuchase y se diese cuenta que, a pesar del juicio pendiente por acoso, yo era alguien en quien confiar. Ella trabajaba en algo relacionado con la música así que rebusqué entre mis viejos vinilos algo de música clásica pero no encontré nada. No obstante, como la música siempre será música y siempre será algo hermoso, me dediqué durante tres días seguidos (con sus correspondientes noches) a pinchar a todo volumen discos de Luis Aguilé, Parchís y Locomía con los altavoces enfocado en el balcón hacia su dormitorio. Por desgracia, esta hermosa iniciativa musical solo contribuyó a que ella me pusiese una segunda denuncia por contaminación acústica. Del amor al odio dicen que hay un solo paso ¿no? Debía volver a intentarlo.
Mi siguiente iniciativa fue mucho mas directa y consistió en hacerme con unas bonitas flores, con una botella de buen vino también y plantarme frente a su puerta para pedir sinceras disculpas por lo sucedido en el acto de tender puentes de amistad que a su vez nos llevasen por la autopista del amor y a su vez la llevase a ella a retirar las denuncias. Para todo esto debía solo debía armarme de valor, no obstante, como el valor no es precisamente la cualidad que mejor me distingue, fuí antes al bar a tomar una cerveza que me empujasen a emprender tan definitiva acción. El problema es que una primera cerveza fue seguida de otra, después llegó un amigo y nos tomamos otras dos, después tres cervezas mas para relajar la musculatura perineal y esta particular sucesión alcohólica de Fibonacci se prolongó en el tiempo hasta que a las cuatro de la mañana aporreaba yo la puerta de mi amada, totalmente borracho, con unas flores rotas de plástico que había encontrado en un contenedor (donde me había detenido a vaciar la vejiga) y un tretrabick del mejor vino que uno puede comprar en una gasolinera. Por supuesto que me gané la tercera denuncia aunque debo reconocer sin vergüenza que esta vez quizás fuese mucho más que merecida.
¿Y ahora que? Tengo tres denuncias, la vecina no me quiere ni ver y la guardia urbana me ha incautado el tocadiscos. Necesito ayuda y es por eso que vuelvo a requerir de sus consejo, queridos lectores, aunque en esta ocasión espero que sean un poco más inteligentes que la vez anterior. De acuerdo... lo que acabo de explicar no me convierte en la persona mas idónea para para hablar de estrategias inteligentes. Pero necesito ayuda desesperadamente. También necesito un tocadiscos. Y necesito los apuntes de primer curso de Dinámica Termoplastica aplicada al estudio del Romanticismo Literario en la Alemania del Siglo XVIII.
El siguiente paso consistió en comenzar el camino de la seducción por donde mejor se conquista a una personas, ese lugar llamado estómago o buche o panza (o barriga cervecera en mi caso). Así pues, como la ventana de mi cocina da a un patio interior donde ella tiene la ventana de un pasillo, puse todos mis conocimientos en cocinar un delicioso plato cuyo aroma se deslizase por el aire cual hermoso halcón de ala plateada y se introdujese en todas las cuevas de su piso, al tiempo que en sus fosas nasales. Por desgracia, mi sabiduría culinaria solo es comparable a mis conocimientos de la Dinámica Termoplastica aplicada al estudio del Romanticismo Literario en la Alemania del Siglo XVIII. Lo único que conseguí fue llenar su casa de humo de sardinas quemadas con la inevitable llamada a los bomberos (los vecinos creyeron que mi piso se estaba incendiando) y el escenario final fue mi cocina repleta de musculosos hombres armados con mangueras y llenando mi cocina de agua. Supongo que tan homoerotico final no debió impresionar a mi vecina quien asistió atónita al momento, asomada al patio. Lo único que pude hacer fue sonreír y encogerme de hombros mientras ella cerraba de golpe la ventana.
De acuerdo, el primer capitulo de la novela de amor había acabado convirtiéndose en una escena de película de los hermanos Marx, no obstante, como el amor es un libro de muchos capítulos, comencé a escribir el segundo en la forma de estudiar a mi vecina por la calle, contemplando sus rutinas e incluyéndome sutilmente en su vida. Por desgracias su rutina incluía ir al gimnasio, comprar frutas y verduras e ir a comer a un restaurante vegetariano (donde no sirven ni alcohol), ir a museos y pasear a ritmo de corredora olímpica. Actividades todas que mi condición de hombre mesetario me impedían emprender. Además de fracasar también conseguí que mi vecina me denunciase a la policía porque durante dos semanas la seguía a todos lados (incluidos los baños de señoras del exclusivo gimnasio Lesbos). Ahí fue donde descubrí que era guapa pero no era miope.
El tercer capítulo de nuestra historia de amor consistiría en poner música a todo volumen para que ella la escuchase y se diese cuenta que, a pesar del juicio pendiente por acoso, yo era alguien en quien confiar. Ella trabajaba en algo relacionado con la música así que rebusqué entre mis viejos vinilos algo de música clásica pero no encontré nada. No obstante, como la música siempre será música y siempre será algo hermoso, me dediqué durante tres días seguidos (con sus correspondientes noches) a pinchar a todo volumen discos de Luis Aguilé, Parchís y Locomía con los altavoces enfocado en el balcón hacia su dormitorio. Por desgracia, esta hermosa iniciativa musical solo contribuyó a que ella me pusiese una segunda denuncia por contaminación acústica. Del amor al odio dicen que hay un solo paso ¿no? Debía volver a intentarlo.
Mi siguiente iniciativa fue mucho mas directa y consistió en hacerme con unas bonitas flores, con una botella de buen vino también y plantarme frente a su puerta para pedir sinceras disculpas por lo sucedido en el acto de tender puentes de amistad que a su vez nos llevasen por la autopista del amor y a su vez la llevase a ella a retirar las denuncias. Para todo esto debía solo debía armarme de valor, no obstante, como el valor no es precisamente la cualidad que mejor me distingue, fuí antes al bar a tomar una cerveza que me empujasen a emprender tan definitiva acción. El problema es que una primera cerveza fue seguida de otra, después llegó un amigo y nos tomamos otras dos, después tres cervezas mas para relajar la musculatura perineal y esta particular sucesión alcohólica de Fibonacci se prolongó en el tiempo hasta que a las cuatro de la mañana aporreaba yo la puerta de mi amada, totalmente borracho, con unas flores rotas de plástico que había encontrado en un contenedor (donde me había detenido a vaciar la vejiga) y un tretrabick del mejor vino que uno puede comprar en una gasolinera. Por supuesto que me gané la tercera denuncia aunque debo reconocer sin vergüenza que esta vez quizás fuese mucho más que merecida.
¿Y ahora que? Tengo tres denuncias, la vecina no me quiere ni ver y la guardia urbana me ha incautado el tocadiscos. Necesito ayuda y es por eso que vuelvo a requerir de sus consejo, queridos lectores, aunque en esta ocasión espero que sean un poco más inteligentes que la vez anterior. De acuerdo... lo que acabo de explicar no me convierte en la persona mas idónea para para hablar de estrategias inteligentes. Pero necesito ayuda desesperadamente. También necesito un tocadiscos. Y necesito los apuntes de primer curso de Dinámica Termoplastica aplicada al estudio del Romanticismo Literario en la Alemania del Siglo XVIII.