Quien afirme que Eurovisión está acabada se equivoca. Las redes sociales multiplican de tal manera la conciencia colectiva que en la actualidad todos, cual Fuenteovejuna, utilizamos esa arma de destrucción masiva que es Twitter para masacrar a cuantos aparecen en nuestro televisor. Y la Eurovisión del siglo XXI es el espectáculo televisivo por excelencia. Digámoslo ya, alto y claro, es el claro exponente de eso que se ha denominado como "Cultura Basura", una de las formas culturales mas populares que han existido nunca. Los "cantantes" que envían a este concurso son dignos mas dignos del extinto "Crónicas Marcianas" que de una academia de canto. De cantantes profesionales tienen lo que yo de cirujano vascular. Pero eso es lo de menos, los nuevos espectadores de Eurovision, los internautas, preferimos que los concursantes de Eurovisión no sepan cantar. Y queridos mios, los de anoche no sabían nada de nada. Por eso fue tan maravilloso. Mucho mariconeo, canciones propias de los 80, una realización televisiva dirigida por alguien que se había tomado media docena de trippis y mucha lentejuela y luces brillante. ¿Que mas se puede pedir para una noche de sábado? En mi particular lista pongo primero a unas adorables abuelitas rusas seguidas por unos gemelos de dudosa sexualidad que iban vestidos de Flash Gordon y en tercer lugar los espectaculares vampiros turcos que simulaban ir en barco.
Eso es Eurovisión: espectáculo y nada más. Quien se lo tome en serio, como el concurso que realmente debería ser, tiene (como dijo el maestro Sergi Mas anoche en la red) un problema.
El mismo problema de quien cree que los que aparecían en OT eran cantantes o los que aseguran que David Bisbal sirve para algo mas que para anunciar acondicionador de pelo. La cultura basura es lo que da valor a Eurovisión y lo que la define como el mayor receptáculo de basura precisamente por su internacionalidad que le otorga una diversidad mas allá de lo planificado. Tal que una espontánea quedada de frikis a nivel continental. Insuperable. Y anoche las redes sociales echaban humo entre los que nos reíamos de la condición equina de Pastora Soler (la mayoría) y los que defendían que su interpretación había sido perfecta (la minoría).
Y no digo con esto que Pastora Soler no sea una buena cantante o la canción que interpretaba fuese vergonzosa, eso me es indiferente, no me importa lo mas mínimo si es una buena profesional, lo único que me importa es si puedo reírme de ella. Así de claro. Porque, en efecto mis queridos animales de compañía, si salen por la tele podemos reírnos de ellos, no hay nada malo. La risa es vida. Eurovisión es vida. Y seguirán existiendo los que se ofenden porque se tomaran en serio a Eurovisión, el fútbol o las revistas de corazón. Que se ofendan porque nos riamos de Pastora Soler y se indignen porque no haya ganado. Allá ellos. Yo me sigo riendo, es mucho más sano. O al menos eso dice mi cardiólogo.
Y se preguntarán ustedes que quien ganó. ¿Qué mas da? Ganó una señorita que no hacía payasadas y teóricamente cantaba bien. Pues vale, pero les aseguro que en mi teléfono a partir de hoy solo sonarán las abuelas.
Desengáñense amigos mios, hay que reír mas, hay que consumir mas cultura basura y hay que fornicar mas, que la vida son dos días y nos pasamos uno durmiendo y medio día pagando impuestos.