Hace mucho que no les cuento de
mis desventuras en Internet con mujeres a las que regalar mi amor cualquier forma posible, ya sea amor sólido, líquido o gaseoso. Esta ausencia de narración no se debe a que haya encontrado yo el amor, quienes me
conocen saben que alguien con mi físico solo puede encontrar el amor en el
escenario postnuclear de una guerra total con supervivientes con pústulas y coches con pinchos y planchas de acero. Pero a veces surge el milagro y
consigo cruzar más de dos frases seguidas con fémina sin que me escupa, clave
su tacón en mi muslo o llame a la policía (y confieso que las dos primeras cosas me gustan). Como llegué a la mujer del capítulo
de hoy es algo realmente curioso, la vi por la calle, vestida con unos
pantalones cortos y una camiseta de tirantes. Lo primero que me llamó la
atención fue su pelo, corto de un lado y largo y naranja del otro, como si
hubiese acabado de salir de un Marco Aldany regentado por Stevie Wonder. Las
mujeres andróginas me vuelven locas, no porque me gusten los hombres sino
porque siempre he soñado que acostarse con una mujer andrógina es como que tu colega del bar tuviese pechos. Lo mejor de ambos mundos. Y menudos pechos tenía aquella fantástica
muchacha a juzgar por lo que se adivinaba bajo la camiseta: dos misiles intercontinentales de la época del telón de acero,
apuntando directamente a la Casa Blanca. La seguí, por supuesto, hubiese sido
de idiotas no seguir a una mujer tan contradictoriamente maravillosa. La seguí
por toda la ciudad sudando como un cerdo mientras ella iba de un lado a otro. Y finalmente, como
no podía ser de otra manera, acabó entrando en un local donde hacían tatuajes. En la puerta del
local había una gran foto de ella, casi desnuda, maravillosamente tapada, donde
podía apreciarse aquellas obras de arte en tinta, sus tatuajes iban desde manchas
de tigre en líneas que surcaban una pierna y su correspondiente cadera como el zarpazo de un animal gigante diseminados, como el que deja caer dibujos desde un séptimo piso sobre un grupo de escolares.
Después tenía un gran tatuaje en el centro de la espalda que parecía un collar
tribal e iba hasta los hombros. Hay personas a las que los tatuajes les quedan
de maravilla, después están otros a quienes los tatuajes les recuerdan una
noche de borrachera y finalmente tenemos los tatuajes carceleros que nos
recuerdan los amigos que hicimos en las duchas de la prisión. Y encima de su foto estaba su nombre que era… su
nombre era… su nombre era Aurora, o Amanecer o Crepúsculo o quizás Harry
Potter. Soy tan inútil para recordar nombres como inútiles son la primera y ultima rebanada del pan Bimbo. ¿Pero que importaba su
nombre? Yo siempre doy un nombre falso incluso cuando tienen que operarme de la
vesícula. Que pague otro mis culpas.
Entré en el local de tatuajes, mi
Diosa estaba detrás de un mostrador ojeando una especie de book. Me miró y
sonrió con esa sonrisa mezcla de inocencia y “no sabes dónde te estás metiendo”
que tanto nos excita a los hombres. Un consejo: cuando una mujer así les sonría salgan corriendo o resígnense a vivir una vida completamente maravillosa.
-Vengo a hacerme un tatuaje –es lo
primero que acerté a decir.
-Entonces has venido al lugar
adecuado –contestó ella con una juvenil voz que hizo que se me deshiciesen las amígdalas
y chorreasen tráquea abajo-. ¿Ya sabes que quieres?
Estuve a punto de contestarle “quiero
empotrarte contra un armario después o antes de casarme contigo, hermosa mujer andrógina que hace que mi miembro adquiera sólida virilidad”
pero en lugar de eso simplemente dije “lo que tu quieras”. La hermosa mujer
arrugó la nariz. Al parecer no era demasiado profesional hacer algo así. Mi
diosa dio la vuelta la book y me dijo que escogiese uno. En aquel libro habían dibujos
de todo tipo, incluso un Pokemon fornicando con Popeye. Sin poder evitarlo
estallé en carcajadas imaginando que un Pokemon y Popeye fuesen a fornicar al
grito de “vamos a hacer un PoPo”. Le conté mi ocurrencia a mi Diosa quien se limitó
a sonreír de manera protocolaria. De acuerdo, tampoco soy el rey del humor rápido.
Al final me decidí por el dibujo
de una mujer de pelo corto vestida de enfermera y sosteniendo una inyección. Lo
más adecuado, sin lugar a dudas. Mi diosa dijo que me costaría cerca de
ochocientos euros, le dije que estaba de acuerdo a pesar de no llevar ni un
solo céntimo encima en la convicción de que mi encanto natural me ayudarían a salir de
aquel local de tatuajes con un tatuaje y una mujer gratis.
¿Alguna vez se han hecho ustedes
un tatuaje? Yo por desgracia si y fue precisamente aquel día. Y si creen ustedes que el dolor
existe deberían hacerse un tatuaje de gran tamaño para darse cuenta que el
dolor que ustedes conocen es tan solo la antesala del mismísimo infierno.Estirado en la camilla boca
abajo, entre aullido y aullido intenté seducir a aquella magnifica muchacha con
mi mejor arte: la palabra. Como no funcionaba le ofrecí dinero, la amenacé,
lloré como un niño e incluso me hice pipí encima pero nada consiguió el milagro
de que la muchacha dejase de tatuarme y contestase “si quiero” a cualquiera de
mis proposiciones deshonestas, incluso a las honestas. Cuando estábamos acabando le
confesé que no tenía dinero encima, que solo había entrado allí para seducirla.
La muchacha volvió a sonreír, esta vez sin atisbo de inocencia en su rostro y
dijo “no importa, he cambiado un poco el tatuaje, me ha servido para practicar”.
¿No iba a pegarme una paliza? ¿No iba a llamar a su novio para que me pegase una paliza? Aurora o Amanecer o Crepúsculo o Harry Potter era la mujer perfecta, sin lugar a
dudas.
Al volver a casa pude comprobar
el doloroso resultado del arte de la que iba a ser mi futura esposa quien había
tatuado “soy un completo gilipollas” en mi espalda en el convencimiento de que
me estaba marcando de por vida.
No pude evitar una sonrisa
parecida a la de ella, medio inocente, y la otra mitad una sonrisa picara. La
hermosa muchacha había acertado completamente. Si esto no es amor que venga Pipi Estrada y lo vea.