Lo sé, mis queridos animales de
compañía, hace mucho que no escribo en este blog y comprendo por qué la adición
a mis historias (o la ausencia de ellas) haya generado un masivo movimiento en
redes sociales clamando por mi vuelta. Bueno, en realidad solo me lo ha pedido
una persona en un año, pero aun y así, supera mi marca personal sexual del 2017.
¿Por qué hace tanto que no
escribo? Proyectos personales, mi depilación semanal de espalda y una
masturbación compulsiva me han tenido ocupado. Lo siento. O no. ¿Qué ha
sucedido durante todo este tiempo? Muchas cosas y casi ninguna buena, aunque no
me quejo porque esa ha sido siempre mi vida: picando piedra en lo más profundo de
la mina.
Lo más curioso es que, puestos a
retomar la narración de mis aventuras, me encuentro que en un año han cambiado
tanto las cosas y la sociedad está tan cambiada que lo que antes era sarcasmo
ahora puede resultar ofensa. ¿Tiene sentido entonces seguir siendo yo mismo?
Claro que no. Pero alguien ha de ser él mismo en una sociedad tan hipócrita
como la nuestra. Y ese soy yo.
Les voy a contar algo que me
sucedió no hace demasiado: como ustedes saben (o deberían) yo vivo en
Barcelona, ciudad ahora convulsa donde las haya. Nací aquí (soy catalán, ese es
mi pecado), siempre he vivido aquí y espero no morir aquí sino en una playa de
las Bahamas rodeado de macizas convenientemente desvestidas. Caminar por
Barcelona se ha convertido en lo más parecido a entrar en el museo de Harry
Potter, todo son banderitas, gente disfrazada, símbolos pintados por todos
lados y gente haciendo y diciendo estupideces. Como ustedes saben (o deberían) no
soy independentista ni españolista, tampoco soy equidistante. Yo soy de esos
que se arriman al árbol que mejor les cobija, o sea, que si una mujer me dice
que es independentista yo alzo mi puño y grito “Free Junqueras” y si me dice
que es españolista yo hago una ardiente defensa de la aplicación del 155. Si me
dice que es equidistante… me quedo callado. ¿Cómo ligar con una equidistante? Y
es que ese fue el problema.
La encontré en un bar, era una
mujer razonablemente hermosa lo que significa que, bajo mis hambrientos patrones,
era ella la mujer más hermosa del mundo (recuerden: yo disparo a todo lo que se
mueve). Como buen estratega debo reconocer el campo de batalla antes de enviar
a mis soldados así que, mientras me acercaba a ella e intenté adivinar que
tendencia política tenía, ya saben: el lacito amarillo, una estelada, un pin de
una bandera española, un llavero de franco, una barretina, una foto dedicada de
Aznar, un plato de calçots… pero no: nada en ella me dio la menor pista así que
me limité al consabido “buenos días” (traducción: “te quiero empotrar”) y pregunté si tenía fuego. Esta es una táctica
que siempre funciona, o am menos funcionaba hasta hace más de ocho años porque
ahora ya no se puede fumar en los bares. El dueño me dijo que guardase mi
cigarrillo y la mujer me miró como si yo acabase de asesinar a un bebé en un
altar. ¿Y si era una de esas veganas que practican yoga y comen quinoa a todas
horas? “Soy gilipollas y equidistante”, dije en un último intento por llamar su
atención. “¿Ambas cosas van unidas?”, contestó ella. Primer asalto y casi fuera
de combate, aunque conseguí levantarme, limpiarme la sangre y continuar la
pelea.
De ese encuentro solo puedo
recomendarles algo: nunca mezclen política con sexo. Los políticos no follan a
todas horas e incluso, alguna vez, nosotros podemos follarles a ellos. Pero sea
como sea, nunca hablen de política en los preliminares. Yo lo hice, estuve
hablando de política con aquella mujer durante más de una hora, asintiendo a
todo, diciendo que unos y otros eran lo peor, diciendo que sentía una absoluta
indiferencia por los patriotismos, fingiendo asco o admiración según intuía lo
que ella quería decir. Fue una de las mejores conversaciones que he tenido
nunca, una pieza de orfebrería manufacturada con sustantivos, verbos,
preposiciones, artículos y un montón de mentiras.
Y, cuando creía que era mía. Ella
se levantó y se fue sin decir nada. ¿Qué había sucedido? Imaginé miles de motivos:
desde mi halitosis crónica, a la caspa que caía de mi cabeza en su bebida,
puede que fuese porque no dejaba de mirarle los pechos o porque un gran moco
colgaba de mi nariz.
Aunque prefiero creer que fue
porque ella con en el sexo era como nosotros con la política, o como yo con las mujeres: unos
completos gilipollas.
Sé que no ha sido un magnífico
retorno, pero he vuelto.
Pues a mí me alegra que haya vuelto, Sr. Gilipollas!! Déjese usted de hablar de política como técnica de ligue y vuelva a los clásicos de "¿estudias o trabajas?" o "¿vienes mucho por aquí?". Las tradiciones nunca mueren. Cordiales saludos.
ResponderEliminarMi querída Mi Áñter Ego, es que sucede que ahora cuando pregunto "¿estudias o trabajas?" siempre me contestan "me manifiesto en la calle" y cuando pregunto "¿vienes mucho por aquí?" me contestan "cada vez que hay una manifestación.
EliminarMi única manifestación es en horizontal y sudando como un cerdo. Ya me entiende usted. De ahí que la política sea la discoteca del siglo XXI.
Gracias por el comentario
Siempre suyo
Un completo gilipollas
Gracias gracias gracias gracias!! En esta sociedad hacen falta mas gilipollas sinceros como usted!
ResponderEliminarDe nada, de nada, de nada. De todas formas no creo que la sociedad necesite de mas gilipollas ni tampoco de más sinceridad. ¡De más humor seguro que sí que estamos necesitados!
EliminarUn beso querida, siempre suyo
Un completo gilipollas
Me encanta tu blog. Qué agradable descubrimiento.
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