Soy el mayor fan de las mujeres
que aseguran convencidas que sus parejas son grandes cocineros, en el particular
universo de la pareja que un hombre sea buen cocinero significa que sabe
trocear el pollo asado que ha comprado en el colmado de la esquina un domingo
por la mañana, que es capaz de hacer una paella tres veces al año aunque la
sepia sea lo mas parecido a un chicle sin sabor o capaz también de asar dos
costillas a la barbacoa sin quemarlas demasiado. Que un hombre cocine es como
si el papa de roma protagonizase una película porno, ante tal hazaña con que se
le pusiese media morcillona ya sería un milagro. Con la cocina y los hombres sucede
exactamente lo mismo. Y además no tenemos término medio, o somos defensores de
la pizza a domicilio y los canalones precocinados o somos reconocidos chefs
internacionales con miles de premios. El hombre no sabe hacer las cosas de
manera normal. Encontrar un hombre que, en una pareja heterosexual, cocine a
diario, bien y confeccionando una dieta equilibrada es tan fácil como conseguir
que un político reconozca que ha mentido. Los hombres, cuando cocinamos,
montamos tal despliegue de contingencia culinaria que tardas más tiempo en
limpiar el desastre que en comer. Y la mejor parte viene cuando, acabada la
cena, decimos “limpia tu cariño, que yo cocino” y la abnegada esposa se
enfrenta a una cocina llena de cuencos sucios, cientos de trapos con extrañas
sustancias pegadas a ellos, platos, sartenes, medidores, artefactos, etc. Dos
horas para limpiar los utensilios utilizados para hacer una sencilla tortilla
de patatas. Los hombres utilizamos los libros de cocina como si creyésemos que
son manuales de ingeniería aeroespacial. Lo buscamos todo exactamente como se
indica, lo medimos todo, miramos las fotos, analizamos los cientos de cuencos
que tenemos con los ingredientes. Y luego cocinamos una porquería incomible.
Pero no es culpa nuestra, los genes no predispusieron para ello. Para
solucionar ese desastre ya estáis vosotras. Os preguntareis que sucede con los
hombres que no tenemos pareja, es simple: que vemos más al chico que trae las
pizzas que a nuestra propia madre. Que esa sí que cocina realmente bien…