"El secreto del éxito es la honestidad. Si puedes evitarla... está hecho" (Groucho Marx)

23 nov 2014

Primer congreso gilipolllas del amor


Algunas personas acostumbran a enviarme correos electrónicos preguntándome sobre el amor. ¿Cómo reconocer el amor? ¿Qué hacer? ¿Cómo escapar? Entiendo que son preguntas que todo ser humano se hizo, se hace y se hará. ¿Pero por que coño me lo preguntan a mí? Solo se que el amor es una pérdida de tiempo. Yo entiendo de fornicio y eso tan solo como teoría. Escribo mis experiencias sobre cómo intento meterme bajo las faldas de cualquier mujer para que, quienes me leen, sepan como nunca deben comportarse si persiguen el éxito. Y a pesar de todo eso, ustedes siguen preguntándome sobre el amor.

En este mismo blog hay una sección titulada "Consultorio del doctor gilipollas" que tampoco parece suficiente para quienes sufren males de amor porque no les satisface un simple consejo. Quieren ser felices ya mismo y eso es una utopía a no ser que tengas un DeLorean que vuela. Los seres humanos nunca comprenderemos que es el amor porque el amor es un error de diseño de nuestra especie. ¿Cómo contestar sin defraudarles a absolutamente todos?

(Cinco cervezas mas tarde)

¡Ya lo se! ¡Tengo la solución! ¡Una mesa redonda! Hubiese preferido una cama redonda pero vamos a hablar de amor. O a intentarlo. Para esta mesa redonda he convocado a algunas personas de este blog que quizás algunos recuerden: el señor de Soria que no tiene nombre pero le gusta besar a otros hombres, mi amigo Abundio (perdidamente enamorado de una compañera de trabajo), Maria "la dientes" (una conocida del barrio que fuma bajo un farolillo rojo y tarifica el amor por horas) y a mi buen amigo Foxy Fita (lider del grupo musical "Los Sexys"). Los junté a todos en un bar y pedí cinco cervezas bien frías mientras ajustaba el cartelito encima de la mesa que decía "Primer congreso gilipollas del amor". Mi primer error fue que la mesa era cuadrada.

-Todos queridos -comencé poniéndome de pie- bienvenidos al primer congreso gilipollas del amor donde vamos a discutir sobre eso mismo, sobre el amor. Porque sino lo habría llamado "nos vemos en el bar".
-Yo creía que venia a una orgía -dijo el señor de Soria guiñándome un ojo.
-Yo tengo prisa que he de ir a hacerme la permanente -dijo Foxy Fita mirándose en un pequeño espejo que acababa de sacar de su chupa de cuero.
-¡Silencio! -grité dando un fuerte golpe encima de la mesa- Nadie os ha dado la palabra, soy el moderador, solo podéis hablar cuando os de la vez, como en la cola de la panadería.
-¿Podemos beber aunque no nos des permiso? -preguntó Abundio.
-Eso si -contesté- pero no bebáis mucho porque el presupuesto de este congreso es de cinco euros y las bebidas no se incluyen.
-¿Entonces para que son los dos euros? -preguntó Maria "La dientes" ahogando todas y cada una de las vocales de la frase (a María la conocen como "la dientes" aunque en realidad no le queda ni uno solo en toda la boca, circunstancia esta que la hace tan famosa como solicitada).

-Para mis cervezas -dije orgulloso de haberlo previsto todo- Y ahora vamos a a lo importante: ¿Vosotros creéis en el amor?

Nadie contestó así que repetí diez veces la pregunta hasta que me di cuenta que no les había dado la vez. Mis amigos son tontos pero disciplinados.

-¡Hablad coño!
-Entonces que hable la puta sin dientes -dijo el señor de Soria- que es la única que gasta de eso.
-¿De amor? -pregunté.
-De coño -contestó el señor de Soria.

Entonces Maria "La dientes" se levantó y se marchó de allí sin decir nada mas. Fantástico. No habíamos ni comenzado y ya habíamos perdido a una ponente con lo que solo quedábamos cuatro hombres. Bueno, tres hombres y el señor de Soria.

-Yo si que creo en el amor -comenzó Abundio- estoy enamorado de mi compañera de trabajo.
-Yo creo en el amor en las áreas de descanso de la autopista Gerona-Francia -dijo el señor de Soria.
-Yo creo que debería ir saliendo porque tengo hora a las 5 en la peluquería.

Y diciendo esto, Foxy Fita también desapareció del bar.

-No os preocupéis amigos -dije con tono pausado- nosotros tres podemos seguir hablando del amor.
-¿Tu crees en el amor, gilipollas? -preguntó Abundio no sin cierto escepticismo.
-Creo en el amor siempre que acabe en sexo -contesté entre trago y trago-. En realidad creo en cualquier cosa que acabe en sexo.
-Pero el amor no es sexo -protestó Abundio.
-¿Entonces por que le llaman "hacer el amor"? -pregunté yo.
-El amor es una tontería -dijo el señor de Soria- yo nunca he sentido amor por una mujer.
-Tu calla camionero maricón -dije.

Y con la última palabra de mi frase, el señor de Soria se levantó de la mesa y también desapareció del bar. Entonces miré a mi amigo Abundio y me di cuenta que no podía discutir de amor con él. De nada sirve discutir de amor con alguien que está enamorado. Es como discutir sobre alcohol con un borracho o discutir sobre honestidad con un político. Todos han perdido el norte.

-El amor no existe -dije levantando mi cerveza- y con esta conclusión doy por finalizado el primer congreso gilipollas sobre el amor.
-Menuda mierda -dijo Abundio.
-No lo sabes tu bien amigo, por cierto ¿llevas dinero para  todas las cervezas que hemos tomado?

Salimos corriendo del bar como alma que lleva el diablo mientras el dueño del bar nos perseguía calle abajo diciéndonos de todo. Moraleja: el amor siempre cuesta dinero (y no solo en los locales que frecuenta Maria "la dientes"). ¿Realmente creen ustedes que cinco descerebrados como nosotros íbamos a comprender lo que miles de millones de personas llevan sin comprender durante cientos de años? Como dijo el maestro Groucho Marx: "Lo malo del amor es que muchos lo confunden con la gastritis y, cuando se han curado de la indisposición, se encuentran con que se han casado."


18 nov 2014

El cuento de la rana y la princesa (siglo XXI style)




Este es la fábula de la rana y la princesa, una historia que muchos conocemos porque todos los viernes por la noche se repite en todos los discopubs del planeta tierra con la única diferencia que, después del beso, las ranas continúan siendo ranas. Este nuestro cuento se ubica en pleno siglo XXI así que la rana era de plástico y la princesa llevaba una minifalda de espanto que dejaba al aire unos muslos impropios de cuento infantil. Además, la rana, aunque de plástico, era capaz de hablar. No se extrañen,  hay artefactos de plástico que hacen felices a muchas otras princesas solitarias. La rana tenía por nombre "Rana" y la princesa se llamaba "Princesa", lo que simplifica mucho el cuento (sobre todo para mí que soy quien lo cuenta). Coexistían ambos en una bonita ciudad con su castillo, su río y sus caballeros de playmobil. Una villa cualquiera de cualquier reino. El cómo se conocieron es un misterio, unos dicen que la rana paso de mano en mano hasta que fue a parar a manos de la princesa, otros dicen que unos sicarios kosovares la raptaron en una charca de algún pueblo de Transilvania y luego la vendieron en nuestro país como parte de una trama organizada de tráfico de ranas. Lo que salvó a la rana de acabar de acabar en la olla de un restaurante chino fue precisamente su plástica condición. Lástima que los gatos no sean también todos de plástico. 

Y esta fue la conversación que tuvieron la rana Rana y la princesa Princesa:

-Hola preciosa ranita verde -dijo la princesa luciendo la mejor de sus sonrisas, una de esas sonrisas que iluminan campos enteros de trigo en pleno otoño
-Hola tía buena. Y no me preguntes porque te llamo tía buena porque salta a la vista.
-¡Pero eso es una falta de respeto!
-¡Pues no te vistas con esas ropas tan apretadas!

No me sean idiotas, si llegados a este punto han asumido que una rana de plástico puede hablar, entonces tampoco se extrañen ustedes de que una princesa vaya enseñando cacho. Esto no es una película Disney, diablos.

-¿Cómo te llamas dulce ranita?
-Me llamo rana. ¿Y tú?
-Me llamo princesa.
-Nuestros padres eran listos... ¿eh?
-Bueno, mis padres son reyes.
-¿Entonces conoces a Undargarin?

De la misma manera que hay princesas buenorras enseñando cachas también hay ranas divertidas. Todo es cuestión de perspectiva, imaginación y mucha droga.

-¿Y hay algún príncipe que caliente tus aposentos? -preguntó la rana Rana.
-Siempre hay alguien -dijo la princesa Princesa dejando escapar un hondo suspiro que se llevó el viento-.Ranas hay demasiadas, príncipes demasiados pocos. El problema es que no lo descubres hasta que ya les has besado.¿Si te beso te convertirás en un príncipe?
-A lo mejor si metes la lengua con fuerza...
-¡No seas marrano!
-Vamos tonta... solo un piquito. Si te gusta tengo una habitación alquilada hasta mañana por la mañana en ese hotel de ahí -dijo la rana señalando unas luces en la lejanía-. Te enseñaré a jugar al strip-scatergories.
-¿Lo tenías todo preparado?
-Soy una rana de plástico, no tengo tantas oportunidades de que un pedazo de mujer como tú me dé un beso así que... digamos que sí. Lo tengo todo preparado para que esto sea una película de amor.
-¿De esas donde al final se casan y tienen niños rubios?
-No, como esas donde se besan encima de la fotocopiadora y acaban limpiándose con un kleenex.
-¿Lo ves? Por eso no puedo fiarme de ti.
-¿Por qué? ¿Alguna vez te ha hecho algo malo una rana de plástico? Venga tonta... probemos. Hasta que no me beses no sabrás si soy como los demás.
-Me da miedo besarte porque algo me dice que el beso es el comienzo de otra cosa.
-Un beso siempre es el comienzo de otra cosa. A tu edad deberías saberlo.
-¿Me estás llamando vieja?
-A ver, no es eso... pero al final, de tanto ver pasar ranas se te va a pasar a ti el arroz. Las princesas de los cuentos no se tiñen las canas...
-¿Tanto se me nota?
-Es que aun llevas los rulos y el papel ese de plata.
-Ah si...

Entonces, sin pensarlo, la princesa besó a la rana y una especie de resplandor iluminó todo el planeta como un parpadeo del mismísimo Dios nuestro señor. Cuando tal acontecimiento se disipó en el aire, la princesa se encontró frente a un tipo gordo, calvo, vestido con pantalones cortos, sandalias, calcetines de tergal, una camiseta imperio y una riñonera rodeando su oronda anatomía.

-Encantado -dijo quien antes había sido rana -soy tu príncipe.
-Que feo -soltó la princesa dando unos pasos hacia detrás.
-Mejor feo que de plástico. Mi nombre es Fernando Gilipollas, encantado –dijo el tipo abalanzándose sobre ella para besarla de nuevo aunque esta vez con su lengua como avanzadilla de la conquista.

La princesa le propinó una fuerte patada en la entrepierna que le hizo caer al suelo entre gemidos. Después ella salió corriendo.

-¿Entonces de follar ni hablamos, no? –gritó el gilipollas desde el suelo.

Y colorín colorado, esta mierda de cuento se ha acabado. Porque, queridos niños y niñas, las princesas y las ranas solo existen en los cuentos, los juzgados y las charcas.


14 nov 2014

Abundio, auxiliar administrativo



Desengañémonos, todos tenemos una compañera de trabajo a la que desearíamos arrancar el tanga con los dientes. No importa el tamaño ni el color del tanga, no importa si es de tergal o de algodón, si está comprado en el Primark o es una cara pieza de seda asiática del Victoria's Secret. Porque lo importante no es el tanga sino la persona. Quien diga que nunca ha deseado meter de dónde saca es que es un mentiroso del tamaño del monte más alto del planeta tierra. O más aún.  

La pregunta correcta no es si debemos o no liarnos con alguien del trabajo porque la respuesta siempre será la misma: el roce hace el cariño y el cariño lleva a hundir tu cabeza entre las piernas de la rubia de pelo rizado de contabilidad. Si, esa que está entrada en carnes pero que llevas 6 años soñando con coincidir con ella, los dos solos en un ascensor estropeado en pleno verano. Liarnos con alguien del trabajo es imposible de evitar. La pregunta correcta es: ¿sexo o amor? Si me preguntan a mí siempre contestaré lo mismo: sexo. El sexo con alguien del trabajo es emocionante, es prohibido e incluso puede llegar a ser divertido excepto si se hace encima de la mesa de caoba de la sala de reuniones durante la junta general de accionistas. Pero hay que tener cuidado, porque hay gente (muy rara, eso sí) que se han acabado enamorando de otra gente con quien tan tenido sexo. A eso le llamo yo "ser más tonto que Abundio".

Cuentan las historias que Abundio fue un agricultor navarro del siglo XVIII que cuando iba a vendimiar se llevaba uvas de postre, también dicen que se empeñó en regar sus campos usando como única herramienta su pene y su orín. Otros aseguran que San Abundio fue un mártir en la Córdoba Musulmana el siglo VII, fiel seguidor del obispo Samuel de Córdoba y de San Eulogio, quien se empeño en ser martirizado a pesar de que once veces le dieron ocasión de retractarse.  Hay que ser muy tonto para cualquiera de los tres supuestos.

Enamorarse de alguien con quien ya has fornicado es un error de diseño aun más grande que el Twingo o el estilismo de Jorge Javier Vázquez. Los hombres decimos que queremos a alguien cuando lo que queremos es empotrar a alguien. ¿Para qué decirle a alguien que le amas cuando ya has empotrado? Es como follar después de fumar. Sea como sea, enamorarse de alguien del entrono laboral puede ser un error entendible (e incluso aplaudible si es la buenorra de la planta 8) pero hacerlo después de haberte acostado con ella, entonces eso ya es propio de cualquiera de los Abundios antes descritos. En cualquier cena de navidad, todos beben con todos y todos follan con todos menos tú. Pero como asegura el dicho popular: lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas. O lo que es lo mismo: el fruto de la euforia alcohólico-laboral de la cena de navidad, debería quedarse en eso. Pero no. Hay gente que incluso se enamora de sus compañeros de trabajo después del polvo navideño en los lavabos del discopub "Nothingan Prisa". ¿Por qué diablos hacen eso? Para compartir coche de camino al trabajo? ¿Para cuadrar balances mientras recuerdan como se comían la boca en un hotel dos noches antes? ¿Para que nunca les falte alguien a la hora del desayuno?

El morbo del compañero (o compañera) de trabajo inalcanzable es un mito como lo de que si mezclas tónica con Baileys te mueres o el mito de que en algún lugar de nuestro país existe un político honesto. Pero los mitos, como las jugadoras de voley-playa, están mejor tirados por tierra.

¿A qué viene todo esta reflexión erótico laboral? Hace poco me encontré con un amigo (se llama Abundio, precisamente) quien me confesó que se creía enamorado de una compañera de trabajo.

 -¿Qué harías tu? –me preguntó Abundio todo preocupado.
 -¿Te la has follado?
 -Hemos hecho el amor, si.
 -¿Pero te la has follado?
 -No entiendo...
 -Déjala y busca otra manzana del mismo cesto, amigo.
 -Pero es que creo que me he enamorado de ella.
 -¿Lo crees o lo sabes?
 -Lo creo.
 -Entonces busca otra manzana del cesto, amigo. En serio.
 -¿Tu nunca te has enamorado?

En esos momentos recordé a Laura, la mujer del autobús con quien había compartido un café unos días atrás. ¿Estaba yo enamorado de Laura? No, por Dios. A mí no podía pasarme eso. Los folladores-vividores no podemos enamorarnos (sigo autodenominandome follador-vividor aunque haga años que no conozco hembra). Los hombres de verdad no tenemos sentimientos mas allá de nuestros testículos.

 -¿Amor? ¿Eso qué es? -pregunté haciéndome el Lee Marvin.
 -Amor es cuando no puedes dejar de ver a una persona en cada esquina de una ciudad, en el rostro de cada persona, amor es levantarse con el corazón hinchado de puro gozo, amor es...
 -Un momento, chavalote. No sigas. ¿Sabes lo que te pasa a ti, mi querido Abundio? Que haces honor a tu nombre de pila...

Miren ustedes a su alrededor, a sus compañeros o compañeras de trabajo. Miren esos pantalones de pinzas que tan bien les marcan el culo a ellos o observen esos escotes que se descontrolan cuando se agachan ellas a recoger unos clips del suelo. Eso es pasión, eso es sexo, eso es vida. ¡A follar que el mundo se va a acabar! ¿Qué puede importarnos que estemos rodeados de archivadores y fotocopiadoras? En el sexo, como en las películas porno, lo importante son los participantes, nunca el decorado. Pero por el amor de Dios, aunque estén ustedes emulando la trilogía porno titulada "Por un puesto de trabajo, por arriba y por abajo", no se enamoren ustedes de compañeros de trabajo. Eso nunca. Nuestra economía no puede permitírselo.


10 nov 2014

La mujer del autobús, el amor y un café bien cargado



¿Recuerdan ustedes a Laura? Exacto, esa misma, la adorable mujer del autobús… Puede que alguno/a de ustedes lo hayan olvidado. Yo, en cambio, no he podido apartarla de mi cabeza ni un solo segundo desde que la vi, la tengo grabada en mi cerebro a fuego y por mucho que agite la cabeza con fuerza de un lado a otro... Ahí sigue. De acuerdo, he de reconocer que lo que no puedo olvidar son sus resbaladizas curvas y el hecho de que se trata de una hembra que me ha dirigido la palabra en tres días diferentes, hecho este que que no suele suceder muy a menudo en mi universo. Mi madre me habló dos veces en toda su vida, la primera fue para decir "no muerdas" y la segunda para decir "conduce mas despacio gilipolllas, o me caeré de la moto".

La enterramos con el casco aun puesto.

¿Recuerdan que quedé con Laura para tomar un café? Pues por fin llegó el glorioso día. Y allí estaba yo, esperándola con mis mejores galas de un traje de polyester comprado en los chinos. Me gustaría definir a Laura cuando bajaba del autobús, pero es complicado ya que su peculiar atractivo, por muy apropiados que sean los adjetivos, es imposible de capturar. Laura está buena, eso es un hecho. Esta muy buena. Pero es que además es guapa, inteligente y simpática. Pero eso no es lo mejor de todo porque lo que más me gusta de Laura es que me dirige la palabra.

Laura bajó del autobús vestida con pantalones tejanos y un grueso jersey rosa asomando por debajo de un chaquetón de color crema. Hermosa, terriblemente hermosa. Como en las anteriores ocasiones. Lo que he dicho antes, vamos... que esta muy buena.

Di un paso atrás para evitar enamorarme de ella y lancé mi mano a modo de saludo para evitar un incómodo beso que convirtiese la cremallera de mi pantalón Golcce & Dabanna de 5 euros en tienda de campaña del Decathlon. Laura me estrechó la mano sorprendida. Le dije que fuésemos a tomar un café. Yo nunca tomo café, pero mejor eso a despertar al insaciable borracho que llevo dentro. 

 -¿Cómo ha ido su semana, querida? –pregunté.
 -Bien –dijo ella- ¿Y tú?
 -Bueno, he tenido semanas peores. Por cierto ¿cree usted en el amor?

Lo sé, soy experto en preguntas sin anestesia que dejan noqueadas a las otras personas, pero precisamente eso era lo que pretendía con Laura, quemar innecesarias etapas y pasar directamente a la etapa reina. De joven fui un experimentado ciclista, lástima que mi sobrepeso truncase mi carrera deportiva y la bicicleta al mismo tiempo.

 -Pues claro que creo que el amor –dijo ella- ¿Y tú?

Hay dos tipos de personas en este mundo: las que utilizan el sexo para llegar al amor y las que utilizan el amor para conseguir sexo. El primer ejemplo suele darse en el universo femenino y el segundo en el masculino. La razón es bien simple: una mujer puede conseguir lo que quiera valiéndose del sexo, incluido el amor. En cambio un hombre habla de amor cuando en realidad lo único quiere decir es “empotrar” y eso es lo único que desea conseguir.  Lógicamente todo esto no son más que generalizaciones. Estoy seguro que en alguna remota isla del Pacífico hay algún hombre o alguna mujer que no se comportan así.

Volví a mirar a Laura. ¿Quién era yo? ¿De los que utilizan el sexo para llegar al amor? ¿O de los que utilizan el amor para llegar al sexo? Me hice varias veces la pregunta y siempre obtuve la misma respuesta:  ¿A quién coño le importa cuando todas las respuestas incluyen la palabra “sexo”?

Lo del amor, como daño colateral, podía soportarlo.

 -Creo en el amor –dije finalmente- pero no demasiado. Creo en la gente que me hace sentir bien. No se si es amor realmente,  la mayoría de las veces lo malinterpreto.
 -¿Cómo sabes que te has enamorado de alguien? –preguntó ella.

No quise contestar la verdad. Sé que me he enamorado de alguien cuando deseo fornicar con alguien. Básicamente porque deseo fornicar con todas. ¿Qué diferencia hay entre el simple fornicio y el fornicio basado en el amor? La respuesta es la misma de antes: ¿a quién coño  le importa mientras haya fornicio?

 -Sé que me he enamorado porque no puedo quitarme a esa persona de la cabeza –dije- como una de esas cintas de embalar que se te pega en los dedos y no consigues desprenderte de ella sin evitar que se te enganche en otro dedo. Y acabas como un idiota agitando las manos con fuerza en el aire sin conseguir separarte del maldito trozo de cinta.
 -Eso no es amor. Tampoco podemos quitarnos de la cabeza a la gente que odiamos.
 -Pero a la gente que odio no quiero abrazarla y besarla.

Me quedé en silencio. ¿De verdad había dicho eso yo? Miré el café que acababa de tomarme. ¿Me habrían echado droga de esa que convierte a los hombres de verdad en tertulianos del corazón? No… yo no soy de esos. Yo soy un hombre que se rasca el paquete y mira el escote de las mujeres. Yo soy un hombre de verdad lo que significa que no hablo de sentimientos ni siento ganas de abrazar a una mujer despues del fornicio (aun menos antes). Mis únicas aficiones son los bares, el fútbol y los escotes de las hembras.

Yo no quería enamorarme si eso significaba dejar de ser un hombre de verdad.

 -Es bonito lo que dices –dijo ella sonriendo.

¿Qué estaba pasando? ¿Ser sentimental funcionaba? Años y años de complejas técnicas para conseguir ligar y ahora acababa de descubrir que comportarse como un gay funcionaba mejor que  cualquier otra técnica. Y cuando algo funciona...

 -Es que tengo alma de osito de caramelo bañado en sirope de fresa, colocado sobre una nube de algodón y cientos de nubes de colores -dije.
 -No te pases…
 -¿Quedaremos otro día?
 -No se… ya te dije que mi vida es de lo más complicada –comenzó Laura- y no quiero complicármela aun mas. Además, siento decirte que no me trago toda esa palabrería, tu lo que quieres es meterte debajo de mi falda. ¿Me equivoco?

No, no se equivocaba. Pero al mismo tiempo estaba completamente equivocada.

-Claro que quiero meterme debajo de su falda, querida. Cualquier hombre con dos de dedos de frente y dos nueces en los pantalones querría  tal hazaña. Pero es que además desde que la vi a usted en el autobús, hace unas semanas, no puedo dejar de pensar en su sonrisa.
 -Dame tiempo.
 -Claro. ¿Quedamos mañana?
 -Acabo de decirte que me des tiempo, pedazo de idiota… -dijo ella.
 -¿Un abrazo al menos? -dije abriendo los brazos cual Moisés frente a las aguas del Mar Rojo.
 -Por supuesto que no. 
 -¿Por qué no?
 -Es bien simple: no me fío de ti.

Nos despedimos dándonos la mano y ella volvió a subir al autobús para alejarse de mí, de allí. Y fue entonces, en ese mismo momento, que supe que, además de desear a una mujer por su cuerpo, también puedes desearla por quien es.

Di unos pasos hacia atrás, mareado y caí  en uno de los asientos de la parada de autobús. De repente todo me daba vueltas,  me dolía el pecho y un sudor comenzaba apoderarse de todo mi cuerpo. Escuchaba  voces de personas a mi alrededor aunque  creo que durante un tiempo perdí el conocimiento. Alguien me ayudó a estirarme en el suelo y otro me levantó las piernas. Una camarera salió del bar con un vaso de agua mientras una dulce abuelita me ventaba aire ayudada de un periódico.

 -¿Qué le ha sucedido, joven? –preguntó poco después la abuelita cuando ya me hube recuperado.
 -Creo… creo… creo… que me he enamorado  -dije avergonzado.


8 nov 2014

El acelerador de particulares

Vivimos a toda prisa, como cuando Mad Max apretaba el botón azul y el nitrógeno entraba en el motor para hacer que el coche saliese disparado con el fin de alejarse (o acercarse) de los malos malotes. Vamos corriendo de un lado a otro con la lengua fuera y el ánima derrotada, en la búsqueda de poder hacer cuantas cosas mejor en el día que nos ha tocado vivir. Muchos dicen que no es culpa nuestra, que no tenemos culpa de tener hijos ni obligaciones, que hay cosas que no podemos evitar. Pero deberíamos recordar que en la prehistoria no había funciones escolares, cenas de empresa ni teléfonos móviles. Camino por la calle y veo a la velocidad que caminan algunas personas en una continua e invisible carrera, algunas incluso lo hacen molestas porque delante suyo hay alguien que camina más lento que ellos. Y no hablemos de cuando nos montamos en un vehículo motorizado porque he visto calles a las 8 de la mañana de un día laborable que no tienen nada que envidiar a un premio de Formula 1 en cuanto a frenadas, velocidad, aceleración o insultos. Observen ustedes la gente que viaja en transporte público, cuando el transporte llega todos se apelotonan para subir o bajar como si el hecho de poner el pie primero en la calle tuviese un premio. Lo mismo en los ascensores o en los aviones, nos empujamos unos a otros por llegar los primeros... a ninguna parte. Supongo que esto se debe a la innata competitividad del ser humano... y también porque esta sociedad de mierda nos ha convertido en unos histéricos de los cojones. 

No obstante, en todo aquello que asumimos como placer, pretendemos que la prisa se convierta en pausa. Hacer el amor lentamente, degustar un buen vino o una buena comida con relax, caminar lentamente por un bello paisaje de montaña, tener una relajada conversación con nuestros amigos. Pretendemos pasar a toda prisa por aquello que creemos innecesario para luego echar el freno de mano en aquello que creemos que es necesario. Y, como siempre, nos equivocamos. 

En una ocasión conocí a una mujer que era un auténtico torbellino, como si acabase de ingerir al mismo tiempo todas las drogas conseguidas en una redada policial. Hablar con ella era como tener un free pass de la montaña rusa mas grande que existe. Sus manos se movían a toda prisa, gesticulando como si el famoso interprete de lenguaje de signos del funeral de Mandela, se hubiese bebido tres litros de Red Bull. Muchos de ustedes se estarán preguntando si estaba buena. Pues si y no. Con "si" quiero decir que los parámetros físicos que la acompañaban estaban dentro de los estándares que la alejaban de El Hombre Elefante pero con "no" quiero decir que toda aquella velocidad hacia que inmediatamente tu cerebro la rechazase, Un cerebro normal, no el mío. En mi cerebro cualquier mujer que me dirigía la palabra es una top model internacional. Los pobres tenemos que hacer de la comida basura nuestra particular cocina de autor. No forniqué con ella si es eso lo que también están pensando, no por falta de ganas (ya saben mi amor por la comida basura) sino porque ella me dijo que yo era demasiado pausado, demasiado lento en mi conversación. Incluso el Diablo de Tasmania parecería ir a cámara lenta junto a aquella histérica mujer. 

Poco después conocí a otra mujer que iba a cinco por hora con el freno de mano echado. Sus movimientos eran lentos, sus pausas eran interminables. El problema es que yo había decidido ir mas rápido como consecuencia de la experiencia de mi anterior cita y la tragedia se repitió con los géneros invertidos (no, no acabé en un local gay). Así pues el problema de nuestra existencia y el secreto de nuestro fracaso sexual suelen ser las diferentes velocidades de nuestras vidas. Pero piensen una cosa... el problema no es que siempre haya alguien que va mas lento o mas rápido que otros. La auténtica tragedia es que todos vamos a toda prisa y hay algunos que van (aun mas) rápidos que el resto. ¿Y si echásemos el freno de mano? 

Ahora recuerdo aquella escena de Superman cuando Lois Lane muere y el superheroe, cabreado porque se ha quedado sin superfornicio, comienza a dar vueltas alrededor de la tierra y la hace girar en sentido inverso para que el tiempo retroceda y con ello, su amada vuelva a estar operativa. De acuerdo, es fantasía, pero no es una fantasía demasiado diferente a cuanto nos rodea. No digo yo que haya que invertir nada, Telecinco no soportaría en su plantilla mas hombres que besan a otros hombres de los que ya emplea, pero quizás si que algún Superman despistado ralentizase la velocidad de este maldito planeta, podría obligarnos a o todos a ir un poco mas despacio. Obligarnos a mirarnos a los ojos y a intentar entender lo que nos está diciendo la otra persona en vez de pensar en las mil cosas que debemos hacer antes de que acabe el día (expectativas de fornicio, incluidas).